jueves, 10 de junio de 2010

Conceptos fundamentales de Victimología

1. Victimología. Concepto, objeto de estudio
La victimología (derivado del inglés Victimology) es una disciplina cuyo origen se sitúa a mediados del siglo pasado, concretamente en el trabajo de Von Henting “The criminal and his victim” en 1948, en el que trataba de poner de relieve la figura de la víctima, habitualmente olvidada por la criminología tradicional. Surge por tanto como una rama de la criminología y dedicada al estudio del otro elemento integrante de la “pareja criminal”, la víctima. Los primeros pasos de la disciplina se orientaron hacia el desarrollo de tipologías victimales (en correspondencia con las tipologías criminales tan extendidas en aquella época) y el análisis los factores de la víctima que precipitaban el acto criminal. Con posterioridad, en su evolución, la victimología terminó ocupándose también de las consecuencias de las agresiones que un ser humano sufre a manos de otro, y así, en las últimas décadas ha desarrollado un mayor interés por las consecuencias persistentes del trauma en la víctima y, sobre todo, por la mayor importancia relativa de las repercusiones psíquicas sobre las secuelas puramente físicas.
Esta transformación (de la atención a la víctima como precipitante del acto criminal a la consideración de las consecuencias del acontecimiento traumático en ella) representa un primer paso en el desarrollo de la disciplina, pero aún se produce un paso más, referido al objeto de estudio material. Si en un primer momento la victimología se ocupa, en un sentido estricto, de las víctimas de hechos delictivos, de violencia interpersonal de tipo criminal, con posterioridad da cabida a un concepto más amplio de víctima, las víctimas de otros acontecimientos traumáticos de carácter no delictivo1. Así, en este sentido más amplio, se habla también de víctimas de catástrofes naturales o accidentales, pero también de víctimas de situaciones en las que, aunque existe un ofensor identificable, pese a su proximidad con lo penal, no pueden ni deben ser concebidas como hechos delictivos. Nos referimos a hechos como el stalking (acecho, con connotaciones predatorias), bullying (acoso o intimidación entre iguales, sobre todo entre adolescentes y escolares), mobbing (acoso laboral), las conductas de negligencia hacia menores o ancianos, o las diversas modalidades de acoso moral.
Esta extensión o ampliación del objeto de estudio material, que no está libre de controversias, signa, para algunos autores, la diferencia entre una Victimología general y una Victimología penal o criminológica.A esta extensión del concepto de víctima, fuera de lo penal o criminal, se añade una más: la que distingue las víctimas directas –que designan a los sujetos expuestos directamente al evento traumático- de las víctimas indirectas –constituidas por las personas que han sido testigos directos del trauma sin haber sido, a pesar de ello, afectados personalmente-. Las víctimas indirectas pueden tener grados diferentes de relación con la víctima directa; así, pueden ser familiares, amigos o vecinos o pueden estar implicados profesionalmente en el acontecimiento (policías, bomberos, personal sanitario o de emergencias, etc).
Aunque se pensaba que la repercusión del acontecimiento traumático es menor en las víctimas indirectas sin relación estrecha con la víctima directa (bien por parentesto, bien por amistad) y que los profesionales implicados en el acontecimiento se encontraban en cierta forma protegidos precisamente por su identidad profesional, la experiencia de las recientes catástrofes han puesto en cuestión estas hipótesis2. La afectación de las personas que entran en contacto con la víctima y que pueden experimentar trastornos emocionales y ser víctimas indirectas y secundarias del trauma ha sido denominada “traumatizacion secundaria”3, e ilustra una de las características fundamentales del trauma, que es su “contagiosidad”4.Concluyendo, para Tamarit5 la victimología puede definirse hoy como la ciencia multidisciplinar que se ocupa del conocimiento de los procesos de victimación y desvictimación, es decir del estudio del modo en que una persona deviene víctima, de las diversas dimensiones de la victimación (primaria, secundaria y terciaria) y de las estrategias de prevención y reducción de la misma, así como del conjunto de respuestas sociales, jurídicas y asistenciales tendientes a la reparación y reintegración social de la víctima. Y, también más inclinada hacia una definición amplia, el Instituto de Victimología define a la víctima como “toda persona afectada por un acontecimiento traumático, sea éste de la naturaleza u origen que sea. Asimismo, es víctima aquella que sufre las consecuencias de una agresión aguda o crónica, intencionada o no, física o psicológica, por parte de otro ser humano”.

Victimización y desvictimación
La victimización es el proceso por el que una persona sufre las consecuencias de un hecho traumático. En el estudio del proceso de victimación hay que considerar dos dimensiones: los factores que intervienen en la precipitación del hecho delictivo o (en la versión extendida del concepto de víctima) traumatizante, y, por otra parte, los factores que determinan el impacto de tal hecho sobre la víctima. En este sentido se establece la distinción entre víctimas de riesgo (aquella persona que tiene más probabilidad de ser víctima) y víctima vulnerable (aquella que, cuando ha sufrido una agresión, queda más afectada por lo ocurrido en función de una situación de precariedad material, personal, emocional, etc). La literatura victimológica clásica se centró en la primera dimensión, y de ahí su interés en el desarrollo de las tipologías victimales, hoy objeto de un cierto descrédito. Con posterioridad, la victimología se ha orientado a un concepto de victimación que lo entiende como experiencias individual, subjetiva y relativa culturalmente. Así, el estudio de la victimación, en tanto que fenómeno complejo, obliga a considerar los factores (individuales, sociales, culturales) que condicionan o modulan el modo de vivir la experiencia referida.El carácter complejo del proceso de victimación explica que sea habitual distinguir entre victimación primaria, secundaria y terciaria.
El término victimización secundaria fue acuñado por Khüne6 para referirse a todas las agresiones psíquicas (no deliberadas pero efectivas) que la víctima recibe en su relación con los profesionales de los servicios sanitarios, policiales, o de la judicatura (interrogatorios, reconstrucción de los hechos, asistencia a juicios, identificaciones de acusados, lentitud y demora de los procesos, etc), así como los efectos del tratamiento informativo del suceso por parte de los medios de comunicación. Este hecho resulta especialmente destacable en el caso de las víctimas de violaciones o agresiones sexuales, así como en modalidades de victimización objeto de una amplia cobertura mediática, como la violencia de género7.
La victimización terciaria es el conjunto de costes de la penalización sobre quien la soporta personalmente o sobre terceros, y la literatura existente documenta los efectos sobre los internos en centros penitenciarios, sobre los hijos de personas encarceladas, o sobre los efectos de las órdenes de alejamiento en casos de violencia de pareja, bien sobre los ofensores, como sobre las víctimas o su descendencia.La desvictimación, también fenómeno complejo en el que intervienen diversos factores y actores sociales, consiste en el proceso de reparación, entendida no sólo como indemnización de perjuicios, sino como reconocimiento social, asistencia y reintegración social. Como tal, trata de conjurar riesgos como la estigmatización de la víctima, la instalación crónica en la victimación, así como la construcción de una “sociedad de víctimas”.
Los actores implicados en primera fila son, principalmente, el sistema de justicia penal, las fuerzas de seguridad, los servicios sociales y los profesionales sanitarios y de la salud mental. Y como la victimación tiene una proyección social innegable en nuestros días, también intervienen en el proceso los responsables políticos, los medios de comunicación, las instituciones de apoyo a las víctimas, las asociaciones de víctimas y familiares, etc.

Factores asociados al desarrollo de alteraciones postraumáticas
Tres factores están involucrados el proceso de victimación y se asocian con desarrollo de secuelas en la víctima: el grado y la magnitud del trauma8,9, las características del individuo que lo ha experimentado y los factores relacionados con el contexto. Para muchos autores, es el primero, la naturaleza e intensidad del acontecimiento traumático la determinante más significativa de la patología posterior al estrés10, sobre todo en el caso de aquellos eventos que suponen una amenaza inmediata para la vida del sujeto, aquellos que tienen un comienzo súbito e inesperado, toman al individuo por sorpresa y sin preparación para afrontarlos, se presentan en forma de violencia ejercida sobre el sujeto y conllevan pérdidas de algún tipo (incluidas las pérdidas materiales)11.Por otro lado, frente a estos enfoques que enfatizan el papel del traumatismo en la patología, los modelos multifactoriales consideran las características del trauma, del individuo y los factores contextuales12,13.
Otras investigaciones han demostrado que la cohesión del grupo, la identidad comunitaria fuerte, las actitudes de simpatía y cooperación entre los miembros de la comunidad, y el mantenimiento del lugar de residencia en las mismas localidades y hogares afectados, actúan como factores de refuerzo y protectores del desarrollo de alteraciones psicopatológicas. Estos trabajos han enfatizado la importancia de las intervenciones precoces, incluidas las intervenciones en salud mental14.Un gran número de estudios se han referido a distintos factores personales de riesgo para el desarrollo de alteraciones psicotraumáticas, y han enfatizado el mayor riesgo asociado al sexo femenino, la edad más avanzada, los antecedentes psiquiátricos familiares, el neuroticismo y la introversión, la exposición previa a otros eventos traumáticos, la sobrecarga de acontecimientos vitales adversos tras el evento traumático (donde se incluyen las disrupciones familiares, las pérdidas, los desplazamientos, el apoyo social inadecuado, etc) y los estilos evitativos de afrontamiento.Desde esta perspectiva distintas variables mediadoras como las características del suceso, variables individuales o el apoyo social influirían en la percepción del suceso estresante o en la sensibilidad particular a éste. Estos factores mantienen una relación recíproca entre ellos, es decir, cuanto más severa sea la situación traumática menos impacto tendrán las características individuales y sociales en determinar la naturaleza de la respuesta15.
Publicaciones recientes destacan que la variable que mejor predecía la aparición de alteraciones psicopatológicas postraumáticas era el haber vivido con elevada ansiedad el evento traumático, siendo víctima o testigo directo del mismo. Por el contrario, otros trabajos muestran que si bien a corto plazo los niveles de salud mental son peores en los individuos más directamente afectados por el evento traumático, según pasa el tiempo, por efecto del estrés crónico, se equiparan todos los grupos de afectados (tanto víctimas directas como familiares de las mismas, que no presenciaron el trauma).

fuente: http://www.institutodevictimologia.com/Formacion19a.pdf

miércoles, 9 de junio de 2010

JOVENES VIOLENTOS CON SUS PADRES

1. HIPOTESIS

Los factores de riesgo relacionados con el comportamiento violento de los menores hacia sus padres son:

1o. Desde una perspectiva social: La sociedad hedonista, permisiva e indiferente. Incapaz de elaborar un sistema educacional válido. Instalada en una tolerancia condescendiente y simplista.

2o. Desde una perspectiva intrapsíquica: La desaparición de la figura del padre como representación de la Ley, el límite para el hijo y la autoridad. Esto genera, además en el menor, una falta de vinculación afectiva que puede llegar al desprecio.

2. INTRODUCCIÓN

Sin lugar a dudas, la delincuencia juvenil es uno de los fenómenos más relevante a los que nuestra sociedad se enfrenta y uno de los problemas criminológicos internacionalmente preferidos desde el siglo pasado, pues las manifestaciones de la conducta que llaman socialmente la atención de forma negativa pueden observarse, por lo general, mejor entre los jóvenes que en la población adulta. Además, es importante tratar la delincuencia juvenil de hoy como potencial delincuencia adulta de mañana.

La delincuencia juvenil es un fenómeno de ámbito mundial, pues se extiende desde los rincones más alejados de la ciudad industrializada hasta los suburbios de las grandes ciudades, desde las familias ricas o acomodadas hasta las más pobres, es un problema que se da en todas las capas sociales y en cualquier rincón de nuestra civilización.

En nuestras sociedades podríamos acotar las vías de violencia en varias direcciones: de padres a hijos, niños a niños, hombres a mujeres, mujeres a hombres, alumnos a profesores, constatando que se produce en todos los ámbitos de la estructura social y en cualquier nivel socioeconómico. Incluso, los jóvenes crean otras formas de violencia aplicando las nuevas tecnologías como es el hecho de grabar con un móvil, palizas y actos de violencia, a veces extrema, y luego difundirlos por Internet.

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Pero existe una violencia emergente y muy preocupante por su incidencia en aumento, es la referida en el titulo de este trabajo: los jóvenes violentos con sus padres.

Soy consciente de que este tipo de violencia es un fenómeno social relativamente nuevo, en cuanto a su generalización, para encontrar estudios relevantes en los diferentes campos científicos. Mucho menos aun, para hallar investigaciones importantes entre los expertos criminólogos. No obstante, he intentado recabar la mayor cantidad de datos sobre este fenómeno, acudiendo para ello a diferentes medios materiales.

VIOLENCIA: DEFINICIÓN Y TEORÍAS EXPLICATIVAS

No existe unanimidad en cuanto a dar una definición de que es la violencia y por tanto podemos encontrar un gran número de ellas. Por ejemplo la OMS (Organización Mundial de la Salud) la define como: “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”. Contrasta esta definición con la de Webster, Douglas, Eaves y Hart, 1997, autores del HCR-20 (Valoración del riesgo de comportamientos violentos), los cuales dicen que la violencia es: “un comportamiento que puede causar daño a los demás, un comportamiento que puede generar miedo a otras personas”. “El acto violento no se define solamente por las consecuencias que genera sino que los actos violentos lo son en sí mismos; así, disparar una pistola en medio de un numeroso grupo de personas, aunque no haya víctimas, es un acto violento. Podríamos definir, pues, la conducta violenta como aquélla que pretende y consigue dañar física o psicológicamente a otra u otras personas sin que éstas hayan consentido en recibir este trato”.

La humanidad no ha dejado nunca de ser violenta. Desde niños la violencia y la agresividad están presentes en nuestra conducta de una o de otra forma. Biólogos, psiquiatras, sociólogos, criminólogos y antropólogos, buscan el origen de este tipo de comportamientos violentos. Hasta tal punto que cabría hacerse la pregunta: ¿La violencia es innata al hombre?

Diferentes teorías se manejan en el entorno científico. Tantas y tan

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variadas que puede resultar un trabajo exhaustivo exponer cada una de ellas. No obstante, podemos ver algunas de manera superficial.

Teoría Clásica del Dolor: el dolor está clásicamente condicionado y es siempre suficiente en sí mismo para activar la agresión en los sujetos (Hull, 1943; Pavlov, 1963). El ser humano procura sufrir el mínimo dolor y, por ello, agrede cuando se siente amenazado, anticipándose así a cualquier posibilidad de dolor. Si en la lucha no se obtiene éxito puede sufrir un contraataque y, en este caso, los dos experimentarán dolor, con lo cual la lucha será cada vez más violenta. Hay, por tanto, una relación directa entre la intensidad del estímulo y la de la respuesta.

Teoría de la Frustración (Dollard, Miller y col., 1938): cualquier agresión puede ser atribuida en última instancia a una frustración previa. El estado de frustración producido por la no consecución de una meta, provoca la aparición de un proceso de cólera que, cuando alcanza un grado determinado, puede producir la agresión directa o la verbal. La selección del blanco se hace en función de aquel que es percibido como la fuente de displacer, pero si no es alcanzable aparecerá el desplazamiento.

Teorías Sociológicas de la Agresión (Durkheim, 1938): la causa determinante de la violencia y de cualquier otro hecho social no está en los estados de conciencia individual, sino en los hechos sociales que la preceden. El grupo social es una multitud que, para aliviar la amenaza del estrés extremo, arrastra con fuerza a sus miembros individuales.

La agresividad social puede ser de dos tipos: individual, es fácilmente predecible, sobre todo cuando los objetivos son de tipo material e individualista, o bien grupal. Esta última no se puede predecir tomando como base el patrón educacional recibido por los sujetos, sino que se predice por el referente comportamental o sujeto colectivo, el llamado "otro generalizado", al que respetan más que a sí mismos y hacia el cual dirigen todas sus acciones.

Teoría Catártica de la Agresión: surge de la teoría psicoanalítica (aunque hay varias corrientes psicológicas que sustentan este concepto), la cual considera que la catarsis es la única solución al problema de la agresividad. Supone una descarga de tensión a la vez que una expresión repentina de afecto anteriormente reprimido cuya liberación es necesaria para mantener el estado de relajación

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adecuado. Si se produce la catarsis, la persona se sentirá mejor y menos agresiva; por el contrario, si el mecanismo de liberación catártica está bloqueado, el sujeto se pondrá más agresivo. Hay dos tipos de liberación emotiva: la catarsis verbalizada y la fatiga.

Etología de la Agresión: surge de etólogos y de teorías psicoanalíticas. Entienden la agresión como una reacción impulsiva e innata, relegada a nivel inconsciente y no asociada a ningún placer. Las teorías psicoanalíticas hablan de agresión activa (deseo de herir o de dominar) y de pasividad (deseo de ser dominado, herido o destruido). No pueden explicar los fines específicos del impulso agresivo, pero sí distinguen distintos grados de descarga o tensión agresiva.

Teoría Bioquímica o Genética: el comportamiento agresivo se desencadena como consecuencia de una serie de procesos bioquímicos que tienen lugar en el interior del organismo y en los que desempeñan un papel decisivo las hormonas. Se ha demostrado que la noradrenalina es un agente causal de la agresión. En el trastorno del déficit de atención con hiperactividad (TDAH), sabemos que el componente genético es muy importante y el ambiental lo puede compensar hasta cierto punto.

Ninguna de estas teorías por sí misma es capaz de explicar la violencia y muchas de ellas no son excluyentes entre sí, ya que la abordan desde diferentes ámbitos del conocimiento, lo que no hace más que redundar en la complejidad de este fenómeno.

Podemos concretar que existe una base orgánica para la agresividad sobre la que inciden circunstancias ambientales e intrapsíquicas produciendo una hipertrofia de dicha agresividad que se convierte en violencia. Por tanto, el comportamiento violento se podría condicionar reconduciéndolo hacia la normalidad.

Pero ciñéndonos al tema que nos ocupa, habría que considerar que este nuevo tipo de violencia ha adquirido una identidad propia. Basándonos en sus características particulares, se puede decir que esta violencia es claramente “antinatural”, ya que supone intrínsecamente la rebeldía contra la primera y más genuina autoridad: el padre. Además de que el menor no siente afecto positivo hacia el progenitor, otro fenómeno extraño a nuestra naturaleza.

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AGRESIVIDAD Y VIOLENCIA

Apoyándonos más en la Etología y en la Sociología, parecería que la agresividad es innata y común a la mayoría de las especies animales. Podríamos considerar a esta agresividad natural como necesaria y útil. Un animal necesita una dosis determinada de agresividad a lo largo de su vida para sobrevivir y transmitir su bagaje genético. Según las teorías Sociológicas, la violencia es algo distinto de la agresividad y afirman, por tanto, que el agresor nace y el violento se hace. Para estas teorías, la agresividad es un rasgo en el sentido biológico del término; es una nota evolutivamente adquirida, mientras que la violencia es una nota específicamente humana que suele traducirse en acciones intencionales que tienden a causar daño a otros seres humanos.

Agresividad y violencia, por tanto, no son la misma cosa. La primera forma parte de la esencia animal. El ser humano es agresivo por naturaleza, por instinto de supervivencia frente a un entorno hostil, tiene esa agresividad útil, de la misma forma en que son agresivos el resto de los animales. Lo grave es cuando deja de ser una agresividad útil para convertirse en “violencia civilizada”. Mientras que los animales, generalmente, no llegan a causarse la muerte entre su misma especie, el ser humano puede llegar a disfrutar con ella y como decía Fromm, "sólo el hombre puede ser destructivo más allá del fin de defenderse o de obtener lo que necesita".

La socialización pone límites a la violencia, de la misma manera que los pone al sexo, al comportamiento con los demás, en definitiva nos humaniza (hominización) es decir, estructura nuestro comportamiento con los demás ya que parece evidente que sin esta estructura social no convertiríamos, con toda probabilidad, en algo muy parecido a los animales y puede que aún peor. Probablemente nos sucedería como a los perros que son abandonados y se convierten en asesinos salvajes peores que si nunca hubieran sido educados. Para Thomas Hobbes, en Tratado del ciudadano (1647), “...el hombre se hace apto para la Sociedad no por naturaleza, sino a base de entrenamiento”. La Sociedad, por tanto, nos da unas pautas y reglas y nos enseña a someternos a ellas y esto con la conformidad de la mayoría que sabe que para vivir en sociedad en paz es necesario que existan dichas reglas de convivencia, aunque estas reglas sean impuestas por una minoría y aceptadas como buenas por

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todos. Para Busino (1992:83), “el resultado de la socialización no es bueno en sí, ni por sí mismo: es bueno en la medida en que se ajusta a lo que esperan los adultos, los grupos sociales que gozan de prestigio, que poseen influencia y poder, en suma, aquellos que son capaces de hacer valer sus propios valores –sean estos los que sean- con exclusión de los demás.”

3. UNA VIOLENCIA EMERGENTE

La violencia de los hijos hacia los padres se ha elevado un 8% en España en 7 años. Igualmente significativo es el aumento de este tipo de agresiones en el resto de la sociedad occidental judeocristiana. Y esto, según el índice de progresión, se convertirá en poco tiempo en uno de los problemas de convivencia más graves que nunca haya conocido nuestra sociedad, si no se pone un remedio inmediato. Y, como siempre, el primer remedio es la toma de consciencia del problema.

Desde hace un tiempo, se constata un aumento real del número de agresiones de los hijos hacia sus padres. Este hecho, no natural y que rompe las estructuras de las relaciones entre los seres humanos, no es ajeno al cambio de buen número de factores presentes en el mundo actual en cuanto a las pautas de vida, la consideración de los valores que condicionan o dirigen nuestra vida y que atañen a la modificación de la consideración que el ser humano tiene de sí mismo, la que tiene de los demás y la que los demás tienen hacia él.

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Este fenómeno, según el estudio realizado por el Dr. Moreno Oliver, tiene como protagonistas ejecutores sobre todo a varones y, aunque hay niños agresores de sus padres de corta edad (casos documentados de niños de 7 años), suelen ser de entre 12 y 18 años, especialmente entre 15 y 17 años. Lo cual nos hace ver como este hecho se centra en dos actores principales: el padre y el hijo, los dos varones.

Podemos destacar que esta violencia se da más en familias de clase media y alta que en las de clases de más baja estratificación social. Esta violencia se materializa tanto de modo físico como psicológico y responde a los parámetros más habituales de la violencia que, como factor constitutivo de ella, existe en nuestra sociedad, desde manifestaciones sencillas como desplantes o amenazas, hasta los insultos, las vejaciones y las agresiones físicas de distinta intensidad. Esta violencia se plasma también en el rechazo por parte del hijo de pautas vitales propuestas por los padres, creyendo que de este modo se opone a ellos y llega a incomodarlos y causarles daño; así, el abandono de los estudios, el marcharse de casa en la adolescencia sin contar con el apoyo de los padres o el permanecer en el hogar familiar situándose de un modo ostensible al margen de la vida colectiva y organizada que en él se desarrolla.

En general, se señala que los padres aguantan “hasta el final” la violencia generada por los hijos hacia ellos. Durante el periodo en que se gesta, tal vez la entienden, equivocadamente, como un comportamiento que puede calificarse de normal, motivado por la edad del niño y por sus procesos de afirmación de la personalidad. Más adelante, cuando esta violencia se materializa en agresiones que por su intensidad, tipología o continuidad se convierten en algo difícilmente soportable y causante de daños, por el temor de los padres a exponer su fracaso como tales, la convicción de que es un tema que atañe estrictamente a la familia y en ella debe ser resuelto, y la impotencia que nace del sentimiento de que no existen soluciones a la situación.

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4. EL PERFIL DEL HIJO AGRESOR

Ya hemos señalado en las líneas anteriores algunas de las pautas que lo constituyen. En general se trata de adolescentes varones, con edades entre los 12 y los 18 años, con especial densidad porcentual entre los 15 y los 17. Es de destacar el escaso porcentaje de féminas, alrededor de un 10% en la actualidad, y la diferencia cualitativa de las agresiones por ellas protagonizadas.

En los varones, las agresiones son más “primarias”, más brutales desde el punto de vista físico, llegan a extremos más intensos de violencia física. Las acciones protagonizadas por las chicas se caracterizan por un carácter psicológico más “refinado”, se atienen menos a lo físico y más a lo mental y a los sentimientos y hacen gala de una perversión emocional que en muchas ocasiones llega a afectar seriamente al equilibrio psíquico de los progenitores.

Según el Dr. Moreno Olivier “Las madres son las víctimas principales de estas agresiones. Las explicaciones a esto son obvias: percepción de una mayor debilidad física en ellas; más tiempo de contacto de la madre que del padre con los hijos”. También señala que “los niños, adolescentes y jóvenes agresores de sus padres pertenecen a familias de clase media y alta, de lo cual se puede deducir que es en un entorno claramente favorable desde el punto de vista económico, cultural y educativo donde fructifican mayoritariamente estas conductas”.

Según Moreno Oliver, “los diferentes estudios coinciden en que el perfil de los adolescentes agresores se articula en tres grandes

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bloques que no son excluyentes entre sí, sino que rasgos de todos ellos pueden darse en el agresor:

-Hedonistas-nihilistas: constituyen el grupo más amplio de agresores. Para ellos, la primacía es la satisfacción de propio interés, independientemente de cuál sea y de las vías para conseguirlo. Educados en la autosatisfacción, la ausencia de responsabilidades y de exigencias, crecen con la idea de que ellos son “únicos” y llegan a no tener conciencia de la existencia de reglas morales que regulan la convivencia. Los demás son sólo un instrumento para la satisfacción de sus deseos y cuando se resisten a serlo, son un obstáculo con el que hay que enfrentarse e incluso acabar. Niegan que haya pautas de comportamiento exteriores a ellos o que recorten la primacía de lo individual. No aceptan que haya otros puntos de vista o necesidades que cubrir que no sean las propias. Llegan a considerar el domicilio paterno (en el que se encuentran) como un alojamiento con todas las ventajas y ninguna exigencia que cumplir. En buen número huyen de cualquier actividad educativa o formativa. Suelen coincidir con grupos formados por individuos con su mismo sistema de vida, “los colegas”, y llegan a ser unos auténticos déspotas para con sus padres, a quienes incluso llegan a cambiarles las cerraduras del domicilio, con los que les impiden el normal acceso.

-Patológicos: en algunos de los agresores encuadrados aquí nace la agresividad por una mala o incorrecta asimilación de las relaciones de amor-odio, materno-filiales, más allá de los celos edípicos. Además, con el tiempo, pueden llegar a estar dominados por la dependencia de la droga, lo que les lleva a una creciente necesidad de dinero que debe ser satisfecha con la extorsión a los padres, el robo de los bienes familiares, etc.

-Con violencia aprendida: estos casos materializan el principio de que “la violencia engendra violencia”. Quien desde niño percibe que las situaciones de poder se basan más en la posesión de los medios para imponerla violentamente y que a la postre es la violencia el único camino para prevalecer, no llega a tener conciencia de que hay otros procedimientos y cuando su edad y su físico se lo permiten, se dedica a “imponer su ley” tal y como ha visto antes que en su entorno familiar otros han procedido. En este caso, el hecho de que el padre agreda a la madre ante el hijo pequeño o que el padre o la madre maltraten porque antes sufrieron maltrato, son circunstancias

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que hacen que el niño interiorice el uso de la violencia contra los padres como instrumento eficaz y procedimiento de “diálogo”. A esto también contribuye el hecho de que haya padres que en situaciones de pérdida de equilibrio exterioricen conductas violentas.

A grandes rasgos, podemos encontrar varias confluencias en los perfiles descritos como: desajustes familiares; desaparición real o metafórica del padre varón (dejación de sus funciones paternas o despreocupación hacia su desempeño); conducta agresiva del niño iniciada en edades más tempranas por desplantes, negaciones y actitudes violentas hacia los padres y los adultos; hijo único o varón único en el domicilio de los padres porque sus hermanos o hermanas más mayores ya lo han abandonado. En la mayoría de los casos, el agresor no niega su condición de tal o su participación en los hechos, aunque la frialdad y el realismo con que lo narran sobrecoge.

Respecto a las Conductas que muestran los Menores podemos agruparlas en varias categorías.

Javier Urra las divide en las siguientes: - Tiránicas.

Son aquellas cuya finalidad es causar daño y/o molestia permanente. La incomprensión como axioma. Se utiliza la amenaza y/o agresión para dar respuesta a un hedonismo y nihilismo creciente.

Al posicionarse: "somos jóvenes", se produce la urgencia de algunos mal llamados derechos. Culpabilizar y Eludir responsabilidades a uno de los mecanismos fundamentales.

- De utilización.

Se utiliza al Padre en usufructo o el "cajero automático", la denuncia infundada y el "Chantajear" y hacer copartícipe de "trapicheos" (droga...).

- De despego.

En la que se transmite que profundamente no se les quiere. En los últimos años, en los juzgados y Fiscalía de Menores se ha constatado un preocupante aumento de las denuncias a menores por malos tratos físicos (conllevan psíquicos y efectivos) a las figuras parentales

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(casi exclusivamente a la madre). Dichas inculpaciones son presentadas por vecinos, partes médicos de los hospitales y puntualmente por la víctima, la cual cuando llega a la Fiscalía de Menores a pedir "árnica" es que ha sido totalmente desbordada y derrotada, viene con la honda sensación de haber fracasado como padre y con un dolor insondable por denunciar a su hijo, sabedor de que la Justicia pudiera domeñar esa conducta, pero difícilmente equilibrarla.”

5. ETIOLOGÍA DE LAS CONDUCTAS VIOLENTAS

LA GRAN CIUDAD Y LA CULTURA CONTEMPORÁNEA COMO GENERADORES DE VIOLENCIA JUVENIL

La historia de la civilización es la historia de la ciudad. El progreso brota en el alma de la metrópoli. En las ciudades es donde se desencadenan las pasiones, se independiza la imaginación y se conforma el futuro de la humanidad. Por esta razón, forman un punto obligado de reseña, un laboratorio perfecto, un escenario gigantesco que nos permite observar y analizar el proceder humano y la evolución de los procesos psicológicos y sociales.

Los jóvenes reflexionan, sienten y se comportan de forma distinta en las grandes urbes que en las zonas campestres. En todo momento, la metrópoli extrae de ellos un nivel superior de conciencia. La ecología psicosocial de la ciudad, con sus incitaciones, sus elecciones y su ritmo, aumenta el conocimiento y las experiencias y subraya también sus conflictos y disyuntivas sobre su identidad, su rol en la sociedad, su actuación y sobre el significado de la vida.

El autor de la teoría de la evolución, Charles Darwin y el sociólogo Emile Durkheim, manifestaron por caminos diferentes que la alta densidad de población característica de las capitales modernas o el hacinamiento de las personas en un espacio restringido, acentúa las diferencias, agranda la complejidad y el dinamismo de la organización social, pero también extiende las tensiones físicas, psicológicas y sociales de los jóvenes.

Otra característica de las grandes capitales de hoy es que, comparadas con las áreas rurales, ofrecen más autonomía y más

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opciones además de un mayor anonimato. En las metrópolis la juventud se siente menos coaccionada por las pautas y presiones homogeneizantes tan comunes en el medio rural. Como resultado, muchas de las maneras y conductas que comúnmente se suprimen o se ocultan en las pequeñas colectividades, se hacen evidentes en las ciudades. Los muchachos de la gran ciudad tienden a buscar más fácilmente nuevos modos de vida, a expresar más libremente sus opiniones, su rebeldía y su creatividad y a preferir opciones más allá del contexto de las normas convenidas y de las costumbres ancestrales establecidas.

Además de todo, la cultura de la metrópoli también premia la innovación y la extravagancia.

El papel de la juventud o la adolescencia (refiriéndonos a muchachos y muchachas entre los 12 años y los 21) y el talante de la sociedad hacia ella, han variado intensamente con el paso de los años, pero dos antecedentes han permanecido constantes: la coartada capacidad de decisión con que siempre se ha señalado a los adolescentes y el señorío que se ha otorgado a los padres sobre ellos y su comportamiento. Sin embargo, hoy nos encontramos con el nuevo protagonismo de los jóvenes y con su sorprendente poder.

Aspectos sociales en la violencia juvenil:

Existe una causa general: nos guste o no confirmarlo, vivimos en una sociedad excesivamente permisiva donde, al parecer, no tiene que haber normas y que todo debe estar consentido en aras de una emancipación que no quiere saber de compromisos. Este es el entorno “global” difícilmente controlable por los progenitores pero que hay que tener en cuenta. La permisividad aludida, que lleva a la satisfacción de todos los deseos independientemente de cuáles sean, crea en los niños el convencimiento de que todos sus deseos deben ser satisfechos y cuando esto no es así, hay que rebelarse violentamente contra quienes les ponen coto, los padres.

A ello debemos sumar que se tiende a asignar la tarea educativa al mundo del ocio, sobre todo el ocio comercializado, cuando lo que hay que hacer es acompañar en ese ocio al hijo. En este sentido, afirmamos que la práctica común de dejar que el televisor “se encargue” de mantener entretenidos a los hijos es muy negativa siempre que sea el único recurso de los padres y que éstos no

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compartan con sus hijos, con un diálogo activo y creativo, la visión de programas concretamente infantiles; el niño debe ser educado por sus padres para ver televisión de un modo correcto.

No hay duda de que las multinacionales de juegos y películas de vídeo, de ordenadores, de calzado deportivo o de ropa vaquera venden directamente a los jóvenes con más tesón que nunca. Los medios de comunicación forman hoy un componente natural e indispensable de la gran ciudad y están íntimamente inmersos en la cultura juvenil. La omnipresencia de la televisión y otras vías de información y difusión, es un fenómeno tan innegable como el aire que inhalamos o la fuerza de la gravedad. Una televisión comprometida y creativa, distrae, informa y sitúa a los jóvenes en el tiempo y el espacio. También los une, al brindar la oportunidad de compartir con otros jóvenes medios de otro modo inasequibles. Hay buenos programas que educan y ayudan a superar los estereotipos y los odios sociales. Estimulan en los jóvenes la tolerancia y las causas filantrópicas, que promueven la dignidad de la persona y el valor de la vida. Sin embargo, habitualmente, los medios de comunicación, con sus vendavales continuos de imágenes que ensalzan la agresión indecente, incitan un falso romanticismo de conductas sociopáticas y aclaman los ideales culturales esclavizantes del éxito y la belleza. Aunque la televisión no establece mecánicamente actitudes o actuaciones en la cabeza del público joven -los niños normales aprenden muy pronto a distinguir con claridad la diferencia entre fantasía y realidad y entre conductas aceptables y prohibidas-, es de sentido común que los jóvenes se educan de lo que ven.

Tampoco debemos desconocer que la exaltación de la competitividad es un valor cultural que empapa nuestra juventud. En nuestra cultura se admira el éxito conseguido en situaciones que siempre requieren un ganador y un fracasado, un vencedor y un dominado. La creencia de que el antagonismo y la lucha son elementos necesarios y codiciados en todas las actividades de la vida cotidiana está profundamente inculcada en la sociedad occidental. La explicación de que vivimos en una lucha incesante en la que los fuertes resisten mientras los débiles perecen en la intentona, es propagado sin cesar por los medios de comunicación.

A la hora de recapacitar sobre la cultura juvenil de la gran metrópoli no podemos evitar el hecho de que la violencia por parte de los

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jóvenes se ha convertido en una inquietud colectiva, en una penosa obsesión común de numerosos centros urbanos. Parece que la época en que los jóvenes reñían usando sólo los puños y lo más que arriesgaban era la merma de un par de dientes, ha pasado a la historia. Demasiada gente joven soluciona sus diferencias triviales empuñando navajas o recurriendo a armas de fuego. A menudo, tanto los matones como las víctimas son demasiado jóvenes o inmaduros para darse cuenta de que la muerte no es alterable, no es un cuento del cine, no es algo que se puede hacer y deshacer en un abrir y cerrar de ojos.

Cada día son más las agresiones cometidas por adolescentes de entre 12 y 21 años. En muchas ciudades esta tendencia alarmante comenzó en los años ochenta, coincidiendo con la epidemia de droga y el alistamiento de jóvenes por las bandas que controlaban el tráfico de estupefacientes, un negocio en el que la mayoría de los asociados llevan armas. De hecho, en los últimos diez años ha habido un aumento descomunal en el número de adolescentes atendidos por heridas de arma blanca o pistolas en las salas de urgencia de los hospitales públicos de las grandes ciudades de Occidente. La violencia juvenil prospera allí donde reina el desequilibrio entre pretensiones y oportunidades. Especialmente fértiles para el cultivo del modo violento son las subculturas cargadas por la violencia en el hogar, la pobreza, la falta de trabajo, la discriminación, el alcoholismo, la drogadicción, un sistema escolar insuficiente y una política penal deshumanizada y vengativa. Las drogas ilegales y el alcohol son abonos para el desarrollo del crimen juvenil. El consumo de substancias tóxicas, como ocurre con el alcohol, suele comenzar en la mocedad. No hay duda de que las drogas ofrecen fuertes atractivos para algunos chicos. Por un lado, les facilitan un escape rápido de sus problemas, por otro, el tráfico de drogas les proporciona "fondos fáciles", lo que les permite realizar fantasías inaccesibles de la sociedad de consumo, como la posesión de automóviles, ropa cara, joyas y otros lujos.

Por su parte, la sociedad promueve indirectamente estas pandillas con mensajes que fortalecen los estereotipos negativos, deshumanizantes y descorazonadores de los jóvenes pertenecientes a los grupos raciales minoritarios o a los sectores de nivel socioeconómico más bajo. A la larga, estos lemas terminan persuadiendo a estos mismos grupos juveniles de que no tienen otro

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destino que la marginación. La consecuencia es la institucionalización de un proceso de condicionamiento social de fatales consecuencias. Resentidos, desanimados, rencorosos y sin expectativa de futuro, estos jóvenes persiguen sin descanso vivencias viles que les distraigan momentáneamente de la futilidad diaria de sus existencias.

Aspectos pedagógicos: Los padres como principales responsables de la educación de los hijos.

Muchos estudios Psicológicos nos han confirmado algo que ya sabíamos de manera natural e intuitiva: que en la primera infancia hasta, aproximadamente, los tres años es donde se forma el sistema de relaciones del niño con los demás (los otros) y la manera de percibir el mundo que le rodea. En este periodo es básico el papel de la madre (o quien haga esa función) “durante el primer año de vida: es la piel, la envoltura, el yo auxiliar en las interacciones y en los intercambios con el ambiente” (José Martín Amenábar). La madre con su forma de ser y de relacionarse con el niño, creará un vínculo que condicionará definitivamente el carácter y la personalidad psíquica del pequeño. A este vínculo se le conoce como apego.

FORMAS DE APEGO

APEGO SEGURO: El apego seguro se da cuando la persona que cuida demuestra cariño, protección, disponibilidad y atención a las señales del bebé, lo que le permite desarrollar un concepto de sí mismo positivo y un sentimiento de confianza. En el dominio interpersonal, las personas seguras tienden a ser más cálidas, estables y con relaciones íntimas satisfactorias y en el dominio intrapersonal, tienden a ser más positivas, integradas y con perspectivas coherentes de sí mismo.

APEGO ANSIOSO: El apego ansioso se da cuando el cuidador está física y emocionalmente disponible sólo en ciertas ocasiones, lo que hace al individuo más propenso a la ansiedad de separación y al temor de explorar el mundo. No tienen expectativas de confianza respecto al acceso y respuesta de sus cuidadores, debido a la inconsistencia en las habilidades emocionales. Es evidente un fuerte deseo de intimidad, pero a la vez una sensación de inseguridad respecto a los demás.

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APEGO EVITATIVO: El apego evitativo se da cuando el cuidador deja de atender constantemente las señales de necesidad de protección del niño, lo que no le permite el desarrollo del sentimiento de confianza que necesita. Se sienten inseguros hacia los demás y esperan ser desplazados sobre la base de las experiencias pasadas de abandono.

Los cimientos de un adulto sano y equilibrado emocional y psicológicamente se crean durante el primer año de vida y hasta los tres, a través de la relación con la madre (o quien haga esa función). Si estos cimientos son sólidos, o sea, si el niño ha desarrollado una forma de apego seguro y ha recibido todo el afecto físico y psicológico que necesita, lo más probable es que sus expectativas originarias queden cubiertas. Y entonces, y solo entonces puede enfrentarse al mundo porque tiene a sus espaldas la más profunda seguridad de ser amado y apoyado. Una seguridad que se queda como tatuada en el alma de la persona. Esto le convierte en un ser fuerte, independiente y creativo, capaz de superar cualquier bache, y preparado para encontrar la felicidad en su vida. Bowlby explicita de forma clara que “para conseguir el desarrollo adecuado de la salud mental es esencial que el lactante y el niño pequeño experimenten una relación cálida, íntima y continua con su madre (o quien haga esa función) donde ambos encuentren satisfacción y disfrute”. Este autor asegura que “al cumplir el primer año de edad, ya casi todos los lactantes han establecido un lazo con su progenitor y les resulta dolorosa su ruptura o incluso la mera sensación de pérdida o separación”.

La Iglesia y la culpa.

Pedagogía de la Iglesia. La culpa y el perdón.

La Iglesia siempre ha tenido una gran autoridad moral que ha sido reconocida y aplicada a lo largo de la Historia. En la actualidad, esta institución, se encuentra depreciada por la sociedad occidental que en otra época sentía orgullo en llamarse la cristiandad, aún hoy es conocida como la sociedad judeocristiana y parece que hablar de los valores del cristianismo y por extensión de la Iglesia es visto como algo retrógrado y desfasado. Pero hay que reconocer que la Iglesia ha representado la conciencia moral de casi todo el mundo durante cientos de años, creando en las personas unos sentimientos consecuentes de culpa y de perdón que han cumplido un objetivo

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muy positivo: el arrepentimiento. La falta de influencia de la pedagogía de la Iglesia sobre la culpa, el arrepentimiento y el perdón, es otro de los factores que influyen en la ausencia de sentimientos de estos jóvenes incapaces de reconocerse como culpables. Al margen de la fe, las últimas investigaciones psicológicas hablan de la necesidad del sentimiento de culpa en el individuo.

EL ODIO HACIA EL PADRE

El joven (el varón) experimenta un sentimiento de odio hacia su padre y según los test que se han hecho en este tipo de muchachos, la mayoría de ellos no sienten ningún afecto por sus progenitores ni ningún sentimiento de culpa. Este odio es generado porque el niño no encuentra el referente de la ley, de la norma. Aquel limite necesario para su crecimiento psicosocial. A nivel inconsciente el niño necesita a su padre, el límite de su impulso trasgresor y no lo tiene, eso genera en él una forma de violencia que se vuelve, precisamente, en contra de su progenitor que representa al súper-yo, al que no puede matar (simbólicamente) porque no existe, en su lugar el joven encuentra un ser deforme que no es el padre que él necesita y al cual acaba odiando y despreciando profundamente.

“Es en el hogar donde se puede variar el perfil arisco del mundo. Autoridad, competencia y confianza son las armas de los padres protectores” (Amenábar).

Javier Urra, psicólogo, profesor y escritor, es el autor de un libro que lleva por título, “El pequeño dictador”. En realidad, los pequeños dictadores que él conoce y de los que habla son criaturas despóticas y crueles que si nadie les abre la mente a tiempo con una buena ración de disciplina y racionalidad, terminarán llenando los reformatorios primero y las cárceles después. “Es muy duro para un padre o una madre admitir que su hijo le pega porque delata un clamoroso fracaso educativo, es más, yo diría un fracaso personal. Y más duro aún denunciar a su hijo al cual estigmatizará el resto de su vida con ese hecho”.

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PAREJAS UNIPARAS, Los experimentos en la paternidad: sólo un hijo para saber que se siente

Lo nuevos modelos familiares que en nada se parecen a la antigua familia extensa, son modelos en experimentación. Cada vez es más frecuente encontrarse con parejas que sólo quieren tener un hijo y que además lo hacen como si se tratase de un experimento: a ver que se siente, dicen, como si tener un hijo fuese como subir en la montaña rusa. Son estos niños, los tiranos, en su mayoría hijos únicos o hijos últimos, cuyos hermanos han abandonado ya el hogar y que tratan de imponer su propia ley en casa. Son niños caprichosos, sin límites, que dan órdenes a los padres, que organizan la vida familiar, que quieren ser constantemente el centro de atención. Son desobedientes, desafiantes, no aceptan frustración alguna... Lo que quieren, lo quieren al instante... y si no se les pone límite, si los padres no ponen coto a sus desmanes, seguramente se convertirán en adolescentes conflictivos mucho más difíciles de controlar.

Es normal que un niño coja una rabieta cuando no consigue lo que quiere. Lo que no es normal es que el padre y la madre no sepan encauzar esas rabietas, no sepan que un niño debe aprender a no tener todo cuanto quiere, no consigan enseñarle cómo afrontar una frustración, algo que necesariamente el niño tendrá que aprender para poder desenvolverse el día de mañana en la vida.

Jamás se debe hacer una broma sobre un niño que pega incluso si es muy pequeño. El niño no es responsable a esa edad, pero sí sabe cuándo se le habla en serio. Los padres son los responsables de su educación. Si nadie le enseña desde pequeñito que nunca, nunca, se debe tratar con violencia a una persona, crecerá ignorante, creerá que pegar es un derecho adquirido y seguirá pegando mientras con ello consiga lo que quiere.

Hemos saltado de una educación de respeto despótico, casi de miedo al padre, al profesor, a las autoridades que la sociedad establece, en la que indudablemente se han cometido y se siguen perpetrando muchos abusos de autoridad, a una sociedad permisiva que educa a los niños en sus derechos pero no en sus obligaciones. De los niños maltratados hemos pasado a la parálisis educativa por no traumatizar al menor. Se les consiente, se les aprueba, se les brinda todo lo que

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sus padres no tuvieron y ahí, en ese tira y afloja, es donde muchos padres han perdido el norte, la autoridad y la fuerza moral.

Son chicos que crecen en una gran desvinculación afectiva. No es que rechacen a sus padres, es que no tienen con ellos vínculo afectivo alguno. Sencillamente, no los quieren.

Primero yo y siempre yo

Su cosmología es lo que quiero, lo quiero ya, ahora mismo. Lo lleva pidiendo así desde que era un crío encolerizado. Cuando es pequeño, hace gracia y la gente que le rodea, padres, abuelos... se ríe y le da lo que quiere. A los 7 años, un buen día, pega una patada a su madre porque no le da lo que desea y no pasa nada: “cosas de críos”. A los 13 el niño se ha convertido en el tirano de la casa, dice que no le da la gana ir al colegio y vuelve a las tantas, piensa que su casa es un hotel en el que entra y sale cuando quiere, abre la nevera y come cuando y cuanto quiere. Marca su territorio constantemente desbordando a sus padres, a su madre sobre todo, porque esos padres no están.

Diversas circunstancias en la vida actual están en el origen de la violencia de los hijos contra los padres: la ausencia de la autoridad del padre y, como consecuencia, la falta de valoración y de respeto a los demás; ausencia de conversaciones entre padres e hijos; una cultura del ocio poco creativa que nos convierte en consumidores pasivos. En ningún otro momento de la historia han tenido los jóvenes tan fácil acceso a tan vastos recursos económicos, tanto poder adquisitivo y tanta influencia en los hábitos de compra de los adultos. Como consumidores y notables usuarios de los medios de comunicación, especialmente de la televisión, los adolescentes eligen y adquieren el producto que les interesa y no es menos importante la primacía del máximo hedonismo como meta vital inmediata y la violencia general del contexto social. A todo lo anterior, podemos añadir la ingesta excesiva de alcohol y la facilidad para la obtención de drogas, cada vez más generalizada entre los jóvenes que se inician en su consumo a edades más tempranas.

La solución más fácil es el endurecimiento de las Leyes y a pesar de que se ha comprobado suficientemente que las penas de privación de libertad no eliminan el delito de nuestras sociedades, seguimos empecinados en la aplicación de Leyes cada vez más severas,

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haciendo que el derecho penal del menor dé un salto involutivo hacia la Edad Media, época en la que por robar se le podía cortar la mano a un niño.

Dando de lado a las opiniones y estudios de profesionales como Sociólogos, Psicólogos y Criminólogos, se promueven modificaciones de la Ley Reguladora de la Responsabilidad Penal de los Menores:

«... el Gobierno procederá a impulsar las medidas orientadas a sancionar con más firmeza y eficacia los hechos delictivos cometidos por personas que, aun siendo menores, revistan especial gravedad, tales como los previstos en los artículos 138, 139, 179 y 180 del Código Penal .

A tal fin, se establecerá la posibilidad de prolongar el tiempo de internamiento, su cumplimiento en centros en los que se refuercen las medidas de seguridad impuestas y la posibilidad de su cumplimiento a partir de la mayoría de edad en centros penitenciarios. »

Pero no son las leyes las que deben corregir a los hijos. Son los padres. Parece que la ausencia concretamente de la figura masculina, como autoridad competente y como padre protector, es la causa principal que da lugar a este fenómeno, en otras épocas, insólito. Hay una persecución oficiosa contra el varón en esta sociedad que resulta sorprendente e inexplicable. Toda esa corriente impulsada por el feminismo radical, en contra del hombre, desemboca en la ausencia de autoridad en todos los ámbitos. La desaparición de la figura del padre conlleva la desaparición de la autoridad y a medio plazo la desestructuración de la sociedad entera.

6. CONCLUSIONES

A la vista de los datos que se han manejado en esta investigación, las causas de este comportamiento violento contra los progenitores, abarcan un gran espectro de factores genéticos, biológicos o neuropsicológicos, familiares y sociales que interaccionan entre sí.

-Entre los factores psico-emocionales y cognitivos, los niños agresivos atienden en general a señales hostiles, también infieren intenciones hostiles y respuestas agresivas.

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-Factores familiares: disrupciones y conflictos familiares, prácticas parentales disfuncionales, psicopatologías de los padres, estresores económicos, laborales, monoparentalidad, etc.

-Influencia del grupo de compañeros o iguales (subculturas urbanas).

-Factores escolares o académicos.

-Competitividad y violencia generalizada en medios de comunicación, incidencia de los valores socio-culturales imperantes de incitación al consumo infantil y juvenil, etc.

-Elementos socio-económicos y socio demográficos: comunidad y vecindad, etc.

Estos últimos factores son el reflejo del comportamiento general de la sociedad, sus creencias y valores o la ausencia de estos: una sociedad cada vez más materialista y desalmada que preconiza el dinero como el bien máximo y el culto al yo y al individualismo como su religión.

En la exposición y comentario de las causas de la conducta agresiva del niño hacia los padres, han aparecido algunas de las alternativas que pueden evitar su aparición. Se debe tomar conciencia del problema, sus causas, sus consecuencias, la prevención y las posibles soluciones.

LA FAMILIA: LOS PADRES COMO PRIMEROS EDUCADORES

La autoridad de los padres debe ser ejercida a tiempo y eficazmente. La familia tradicional ha entrado en crisis y han aparecido nuevos modelos familiares. La corrección y ajuste de la familia a los nuevos retos con los hijos debería de haber sido el tránsito normal a la nueva fórmula educacional, lejos de esto no se reconocieron los valores tradicionales y ese modelo está cayendo en el descredito y poco a poco está siendo desechado. Hoy nos damos cuenta que muchos de los comportamientos, actitudes y patrones que constituían el núcleo y fundamento de aquella antigua manera de educar a los hijos eran acertadas. Los padres no saben cómo educar a sus hijos, tan sólo en el transcurso de una generación han olvidado las reglas elementales y ahora alguien tiene que volver a enseñarles como a niños a corregir a los que de verdad son los niños, a aprender a decir “no”, a decir “hasta aquí” a ejercer la facultad irremplazable de ser padres, en

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definitiva, mostrar a los hijos que saben que necesitan afecto, atención, educación, mostrarles que son sus padres y ejercer como tales. La permisividad no es educativa, el inculcar pautas y pequeñas rutinas de comportamiento pone los cimientos de una vida futura en la que el niño será capaz de asumir sus propias responsabilidades. Si los padres olvidaron como ser padres, los hijos también olvidaron como ser hijos.

EL COLEGIO: LOS PROFESORES COMO REFORZADORES

En mi opinión, los profesores en los colegios deben ser una continuación de los padres en cierta forma, asumiendo su papel de reforzadores de la educación que los chicos y chicas reciben en sus casas. Para ello deben se investidos por los mismos padres del respeto y la autoridad propias de su profesión. Vemos hoy en día y cada vez más, que el profesorado es amenazado y agredido por los jóvenes e incluso por algunos padres. Esto genera una situación de caos en los colegios que los padres deben evitar aliándose con los docentes y no al revés como sucede, lamentablemente, en más de una ocasión. Evitar la corrección de los profesores a los chicos es un error que no debe suceder por el bien de los hijos.

LA SOCIEDAD: LOS ORGANISMOS OFICIALES COMO CREADORES DE LOS MEDIOS E INSTRUMENTOS

Para ejercer como padres responsables, éstos se pueden encontrar con un serio problema: La Ley de protección a los menores. Parece imposible la acción si, ante una falta cometida por un hijo, los padres se ven incapacitados para corregir moderada y razonablemente (según su criterio) al niño infractor por la aplicación de una ley que les ata de pies y manos anulando completamente su autoridad. Lo primero, sin duda, es que legisladores (judicatura) y padres se pongan de acuerdo para delimitar funciones. De ninguna de las maneras, deberían las leyes quitar la autoridad a los padres que tienen por derecho propio. Con la reforma sustancial del artículo 154 del Código Civil, ni siquiera se le podría dar un azote al chico. Además si observamos bien el nuevo texto comparándolo con el anterior vemos que la paternidad ha sido sutilmente manipulada intentando convertir la relación paterno-materno-filial en un tema exclusivamente político y judicial.

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Las relaciones paterno-filiales en el Código Civil (Art. 154)

- Antigua redacción: Los padres “podrán también corregir razonable y moderadamente a los hijos”.

- En la nueva redacción se eliminó el párrafo anterior y se añadió el siguiente: (La patria potestad se ejercerá siempre en beneficio de los hijos, de acuerdo con su personalidad) “y con respeto a su integridad física y psicológica”.

En otros ámbitos, las autoridades deben velar por la ética y los valores de la convivencia pacífica, no imponiendo una ideología moral (como intenta hacer con la asignatura de epC), sino respetando la educación familiar que es sui generis y posibilitando que se pueda realizar. Si la familia enseña a sus hijos el respeto a los demás y otros valores morales o religiosos y las autoridades permiten, por ejemplo, la pornografía en internet y desnudos en revistas (claramente visibles en los kioscos para cualquier niño pequeño), consienten la venta de video juegos de esa violencia que pone a delincuentes como héroes o aceptan que en los programas de TV se difamen a las personas ante el aplauso general, ¿cómo se podrá educar a los más jóvenes? ¿Con la hipocresía?

No se trata de enseñar a los padres cómo ser padre y madre, como ya se pretende hacer en algunos países del norte de Europa (eso sería una labor imposible además de necia), sino que usando todos los medios sociales necesarios, económicos, de comunicación etc. recordarles, sencillamente, que son padres y que tienen el deber de serlo y la capacidad natural de actuar como tales. No demonizar a los jóvenes que están llenos de valores, sino encauzar ese poder y esa fuerza hacia valores estables y verdaderos como la responsabilidad, la cooperación y la empatía. Enseñar a los jóvenes en sus relaciones afectivas, no sólo a usar un preservativo, sino también a aceptar el compromiso de amar al otro responsablemente.

Urge, por tanto, la prevención eficaz de este delito antinatural antes de que sea demasiado tarde y se convierta en un problema imposible de solucionar, haciendo conscientes a los padres de su responsabilidad para con sus hijos y atendiendo a los jóvenes que son agresores y violentos con tratamientos desarrollados por los expertos adecuados y adaptados a ellos. La cárcel y el internamiento son

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siempre el reconocimiento social del fracaso de la prevención del delito y más aun en los jóvenes.



Autor: Alfredo Pérez González Realizado para Curso Experto en Criminología de la UNED

fuente: http://www.liceus.com/cgi-bin/ac/pu/TRABAJO%20DE%20INVESTIGACIÓN%20DE%20CRIMINOLOGÍA.pdf