miércoles, 9 de junio de 2010

PSICOANÁLISIS Y CRIMINOLOGÍA

PRESENTACIÓN
Que el psicoanálisis se interese por la criminología es algo que va de suyo. En efecto Freud con sigue reconocer en la base misma del inconsciente, de la dinámica humana, el crimen. Si algún sentido tiene una tesis psicoanalítica capital como es la del Complejo de Edipo, es poner de presente la significación de los deseos criminales en el hombre y la función que la Ley desempeña en él. Ello no significa que ese interés se haya traducido en esclarecimientos para quienes de una u otra forma analizan el acto criminal, en un orientarse mejor en su examen o en sus juicios. Por lo demás, parece posible afirmar que a pesar de una cierta difusión que el pensamiento freudiano ha logrado adquirir, ciertas nociones fundamentales para el psicoanálisis y la criminología, tales como las de culpabilidad o responsabilidad, hoy por hoy siguen siendo oscuras y maltratadas y que en general todo indica que existe finalmente un desconocimiento recíproco, voluntario o involuntario, entre criminólogos y psicoanalíticos, lo cual no es un hecho sin implicaciones para unos y otros, como para el criminal mismo.
Las razones de lo anterior son complejas y quizás sea necesario, si se espera modificar este estado de cosas, activar el diálogo y la discusión entre psicoanálisis y criminología, hecho que parece apenas balbuciente en Colombia y que un trabajo como éste de Estanislao Zuleta, es de esperarse, ha de estimular.
En este contexto convendría recordar que el reconocimiento psicoanalítico de la universalidad de ciertos deseos criminales no hace desde luego a todos los hombres criminales, lo cual introduce la necesidad de diferenciar con rigor las nociones de deseo y acto y precisar las condiciones necesarias para el paso al acto, problemas teóricos éstos esenciales y que no siempre parecen bien reconocidos, especialmente cuando se trata del examen de hechos particulares. De ello fuese prueba, por ejemplo, el uso y concepción que se tiene de la interpretación psicoanalítica, bien sea en la clínica analítica o en peritazgos que puedan apoyarse en la teoría y la clínica freudiana, o las vacilaciones con que se enfrenta el concepto de responsabilidad.
Un psicoanalista contemporáneo, Lacan, ha insistido en la necesidad a partir de Freud, de situar el crimen en referencia a un orden simbólico, a un orden cruzado por la “ley fundamental” y por el lenguaje, contra una tradición que tanto en el derecho como en la psiquiatría forense, tiende a privilegiar el orden biológico y por consiguiente a deshumanizar el crimen.
Estanislao Zuleta recoge en este texto conceptos y referencias fundamentales para el análisis del problema en cuestión y que servirán de importan te orientación para quienes se interesen en él.
Vamos a ver en este breve trabajo cómo el pensamiento de Freud puede arrojar nueva luz sobre los problemas que plantea el delincuente y proporcionar una explicación del delito. Para llegar a esa comprensión es necesario que introduzcamos primero, en forma muy breve y muy sucinta, los fundamentos del pensamiento de Freud y las bases que constituyen lo que se denomina ahora la revolución psicoanalítica, una revolución que ha modificado la antropología en general y ha tenido una enorme influencia en la crítica literaria, en la historia —sobre todo en la historia de la religión— en el conocimiento de la magia, en la mitología, en la lingüística y de paso también, ha removido otras viejas ramas del saber.
Les voy a exponer, pues, en qué consisten las bases fundamentales del pensamiento de Freud, sin lo cual no podemos tener entendimiento alguno del psicoanálisis de la delincuencia.
En primer lugar, Freud es el creador de una concepción que podemos denominar, como él llamó, el determinismo psíquico. Consiste éste en sostener el postulado según el cual todos los actos humanos, tanto los actos importantes conscientemente realizados, como los actos más insignificantes: los actos fallidos, los olvidos, los errores al escribir, al hablar, todos los actos humanos en conjunto, están estrictamente determinados por una causa que es posible hallar y que los explica. De ningún acto humano pequeño, grande, intrascendental o fundamental en la vida de la persona, puede decirse que carezca de causa. El postulado primero del psicoanálisis es ante todo, extender a la vida anímica de los hombres el criterio de determinismo, por el que se guían todas las ciencias exactas y naturales y aplicar a la vida humana el criterio general de la ciencia.
Una definición concisa del criterio general de la ciencia podría ser ésta: una ciencia es un con junto de conocimientos demostrables —porque si no son demostrables no son conocimientos, son opiniones— que aplicadas a un objeto permiten explicar por sus causas los fenómenos que ocurren en ese objeto. Esas son las condiciones mínimas para que se pueda decir que algo constituye una ciencia. Por lo tanto, las condiciones mínimas de la ciencia postulan que el objeto al cual se aplican el conjunto de conocimientos es un objeto en el cual todos los fenómenos que ocurren están determinados por causas.
Si consideramos que los actos humanos no están determinados por causas que los expliquen, entonces, de paso hemos dicho que no pueden ser objeto de una ciencia que sólo pueden ser, por ejemplo, objeto de un intento de comprensión por medio de la simpatía, pero no objeto de una explicación.
Ahora bien, este último postulado fue muy frecuente antes de Freud y lo sigue siendo en todas las tendencias existencialistas. Por ejemplo, es el postulado que introdujo Dilthey en la historia, una ciencia del espíritu, comprensiva, no una ciencia de la naturaleza, explicativa. Es el postulado común a todos aquellos que niegan que los hechos humanos pueden ser explicados y que afirman que los hechos humanos solamente pueden ser comprendidos, apreciados, valora dos pero que no pueden ser explicados porque son el producto de libres voluntades y por lo tanto, no de causas. El postulado freudiano es exacta mente el postulado inverso: que los actos huma nos pueden ser perfectamente explicados porque son el resultado de un conjunto de causas que los determinaron. Este es un postulado primero y primordial del psicoanálisis. Es bueno también agregar de paso lo siguiente: el determinismo implica siempre la aceptación de que un hecho puede ser explicado por lo que antecede, por el conjunto de hechos que le antecede, pero no implica que neguemos el azar. Eso es otra cosa, el azar no es la falta de causa.
El azar consiste en que series de causas independientes se encuentran. Por ejemplo, un señor va todos los días a la oficina a las 8 de la mañana —esa costumbre es perfectamente explicable por las costumbres del país donde habita, por su nivel de vida—, por su situación profesional, etc. Y si un ladrillo se cae de una azotea también es perfectamente explicable por la erosión que las lluvias producen en el cemento que lo pegaba. Pero si el ladrillo le cae al señor en la cabeza, es un fenómeno que nosotros denominamos azar, es decir, se encontraron dos series de causas que son independientes. No hay nada en la vida del señor que implique que un ladrillo le iba a caer en la cabeza y no hay nada en la erosión del ladrillo, que le evite caerle encima a ningún señor. Tales sucesos son series independientes que se encuentran, lo cual es frecuentísimo en el mundo y se denominan azares o casualidades. Por lo tanto, no hay que creer en una concepción mística del mundo, según la cual, el hecho de que afirmemos el determinismo excluye la posibilidad del azar y confiar así en el mundo como un reloj montado en el cual todo lo que se produce fatalmente tenía que haber se producido. Somos deterministas en la medida de que afirmamos que una ciencia puede explicar, pero ya no somos deterministas de esa manera mística que consistía en pensar el mundo como una gran maquinaria de relojería, como se lo imaginaron algunos filósofos franceses del siglo XVII, en la que no se puede producir nada que no fuera previsible.
El determinismo psíquico se diferencia profundamente del determinismo orgánico, Ustedes, en sus estudios de derecho, encontrarán que Freud no es el único determinista. Ustedes se encontrarán con otros deterministas anteriores a Freud y algunos contemporáneos a él. Por ejemplo, los positivistas que también piensan que el delito se explica por causas y que las causas pueden ser escritas, halladas, estudiadas.
Pero los deterministas de este género, los positivistas, son deterministas orgánicos, postulan que el conjunto de la conducta humana se explica como resultado de los rasgos de diversos tipos cerebrales o anatómicos del organismo, que el hombre, por lo tanto, es el resultado de su configuración biológica, que sus actos son expresión de esa configuración hereditaria según algunos, o congénita según otros. El pensamiento de Freud difiere profundamente de estos deterministas biológicos u orgánicos en cuanto que su determinismo es principalmente un determinismo psíquico.
Para introducirles a este concepto les voy a exponer la doctrina básica en que se funda. Un hombre es un ser a la vez biológico y social y esa doble configuración constituye su naturaleza propia. Hay en nosotros una serie de fenómenos biológicos que tienen como su causa otros fenómenos que no son biológicos. Por ejemplo, a nosotros nos puede dar rabia, y este es un fenómeno psíquico y biológico que tiene, por supuesto, sus representantes orgánicos en la respiración, en el ritmo sanguíneo, etc. Pero la causa de la rabia puede ser no orgánica, puede ser por ejemplo, que nos hicieron un chiste que nos molestó y que sin embargo, produjo efectos orgánicos. Es decir, que hay muchos fenómenos que siendo sociales tienen efectos orgánicos y que hay otros fenómenos que siendo orgánicos producen efectos en nuestra vida social. Por ejemplo, podemos perder el habla por una deficiencia orgánica, pero también podemos perder el oído, perder la vista y entrar en una parálisis sin ninguna causa orgánica, como ocurre en la histeria, y hasta tal punto carece de una causa orgánica, que con un simple diálogo, sin droga ninguna, puede recuperarse por completo lo perdido, o por medio de la hipnosis también, aunque no en forma permanente, pero sí en forma momentánea, lo que también demuestra que el problema no es orgánico.
Debemos pensar la determinación de los actos y de los fenómenos humanos de acuerdo con dos líneas de causas: las causas psíquicas, que en el fondo son sociales y son históricas, y las causas orgánicas, que son actuales y están presentes en el organismo como efectos actuales. Así, el des cubrimiento del determinismo psíquico conlleva lo siguiente: no podemos explicarnos la conducta del hombre, cuando se conduce de una u otra manera, por arbitraria decisión de una voluntad que escapa a toda causa, pero tampoco podemos explicarnos su conducta como un producto del estado actual de su organismo. Puede ser que esta conducta sea el producto de todo lo que ha sido su vida, de su recuerdo, de lo que ha olvidado, de los fenómenos que han repercutido a través de toda su vida, es decir, podemos considerar que su conducta se puede explicar por su historia y por las relaciones que con las otras personas ha tenido; por el sentido fundamental de esa historia, comenzando por sus relaciones originarias con su madre, hasta las últimas que haya tenido. Si nosotros creemos que el afecto puesto en estas relaciones, la forma que estas relaciones tuvieron y la manera como fueron vividas determina una conducta, estamos afirmando el determinismo psíquico. Ese determinismo psíquico se extiende, pues, a todos los campos de la vida humana.
Veamos un ejemplo para que comprendan mejor y puedan desarrollar la teoría.
Freud cuando sostiene que ningún acto huma no es arbitrario, que carece de causa, toma muchas veces este tipo de ejemplos: tomar una persona y decirle: diga un número y trate luego de averiguar por qué dijo ese y no otro. A pesar de la convicción íntima que la persona tiene de haber dicho ese número sin ningún motivo, simplemente por que se le ocurrió, sin embargo, tiene que haber un motivo para que se le haya ocurrido, porque nada existe sin causa. Ahora bien, les voy a dar uno de los múltiples ejemplos que ustedes pueden encontrar en la obra de Freud, especialmente en algunas cartas y en el libro denominado ‘PSICOPATOLOGIA DE LA VIDA COTIDIANA’.
Un joven a quien Freud le había pedido que dijera un número contestó “986”. Entonces, Freud le preguntó: “ qué asocia usted con ese número, qué le recuerda?”. “Nada, no recuerdo nada, ni tengo ningún motivo para haber dicho ese número más bien que otro”, contestó el joven. Freud le replicó: “cree usted en eso, pero si vamos a investigar con detenimiento ya verá que no. Comience por contarme lo primero que se le ocurra”. Entonces lo primero que se le ocurrió al joven fue retirarse de la chimenea porque estaba haciendo mucho calor, estaba prendida la chimenea, y en el momento que se retiró comenzó a recordar que en efecto vio el número 986 en un periódico en el verano anterior. Por ahí comienza. ¿Y qué le recuerda el haberlo visto? sigue el cuestionario. Entonces vino la respuesta: “me recuerda que era un error que me produjo mucha risa porque decía que la temperatura estaba a 986 grados, lo que no es posible y por eso se me grabó tal vez”. Le preocupa a Freud el que le haya producido tanta risa una cosa tan poco chistosa como semejante error. Entonces no se contenta con eso ni mucho menos y sigue investigando en tal dirección. “, con qué problema asocia al calor?” entonces el joven empieza a hablar del problema de la energía, de la energía solar y va encontrando un tema sobremanera interesante y es que a este señor le preocupa mucho la pérdida de energía. En realidad le parece terrible que se pierda tanta
energía y a veces le causa un poco de angustia cuando está frente a su casa, en el momento de acostarse, ve la chimenea de una fábrica por la cual sale humo y a veces llamas, y piensa que tanta energía tan valiosa en el universo se está desperdiciando en esa forma en vez de estar utilizada en algo. Freud rápidamente encuentra por esa vía el camino que le conduce a mostrar que esa preocupación por la pérdida de energía es una preocupación, en este muchacho, muy natural, porque procede de una preocupación por la pérdida de su propia energía, porque a raíz de acontecimientos graves en su infancia adquirió una fuerte timidez en el trato con las mujeres y entonces, la energía de su juventud está siendo derrochada, lo que le produce una angustia grave, naturalmente, y un sentimiento muy fuerte de culpa. Esos acontecimientos se produjeron básicamente en los seis primeros años de su vida, de tal manera que el número que creía haber hallado al azar, el 986, es un emblema de su vida, y está determinado, no digamos por tal o cual detalle, sino por lo que él profundamente es, e incluso, por lo que él ignora que es. Y así se puede en uno y otro ejemplo hacer la prueba, en la medida que aprendan el método, en sus propios casos, siguiendo una serie de números.
Quise darles este ejemplo para que ustedes comprendan en qué proporciones un acto humano cualquiera está severamente determinado. Es curio so que a nosotros nos moleste más eso, en lo insignificante que en lo grande. Muchas veces nos resistimos a la idea de que cuando decimos un nombre que creímos encontrar al azar —lo que es un experimento más fácil que el número— nuestra elección es estrictamente determinada. Cuando creemos haber dicho algo sin motivo y nos aseguran que hay un motivo para haberlo dicho, generalmente no nos gusta la idea, y sin embargo, cuando hacemos una cosa fundamental —presentamos renuncia donde trabajamos, se toma una decisión matrimonial, o algo así— decimos que no podíamos haber hecho otra cosa, que estaba determinada por todos los hechos, allí sí nos gusta más bien afirmar el determinismo.
Sin embargo, es preciso afirmar el determinismo porque si no lo afirmamos, el hombre no puede ser objeto de una investigación explicativa. El psicoanálisis sólo puede servir de ayuda a una disciplina que busque explicar los hechos humanos en la medida en que el psicoanálisis concibe el acto humano como eminentemente explicable. Pero, también hay que decir otra cosa, y es que al concebir el acto humano como eminentemente explicable y rígidamente determinado, pasamos a un campo en el cual no podemos aceptar algunas de las nociones que son frecuentes en cierta rama de la concepción jurídica del delito, con las cuales resulta completamente incompatible el psicoanálisis, por lo que les acabo de decir.
Por ejemplo, la noción de culpa que es una noción importada del mundo de la religión, don de tiene un papel muy claro que desempeñar: el papel de garantizar el concepto de pecado, y efectivamente desempeña ese papel. La noción de culpa procede de otra noción, la del libre albedrío, porque si uno no afirma el concepto de libre albedrío, no puede afirmar el concepto de culpa y debe hablar de acto perjudicial para la sociedad, por ejemplo, pero no se puede hablar de culpa mientras uno sostenga al mismo tiempo que no cree en el libre albedrío.
El concepto de culpa, el de dolo y el concepto de libre albedrío, son radicalmente necesarios e interdependientes, y por lo tanto, no podemos criticar la doctrina del libre albedrío, sin encontrarnos inmediatamente con algunas de las nociones jurídicas, que en una perspectiva psicoanalítica no podrán ser aceptadas y tendrán que ser liquidadas, como lo han hecho todos los psicoanalistas que han estudiado problemas importantes en este campo de la delincuencia. Les decía que estas nociones como la culpa y el dolo proceden evidentemente del mundo de la religión, de la concepción religiosa del hombre y tienen una estructura muy similar y unas funciones muy similares a las que tuvieron en el mundo de la religión. Por eso, cierto notable tratadista colombiano, el doctor Pérez Vives, hace una serie de definiciones sobre estos temas, de las que recuerdo las siguientes: el criterio que tiene para definir la culpa, es el de que puede haberse previsto pero que no se hizo a propósito; mientras que define dolo con el criterio de que además de haber sido previsto, fue hecho a propósito, es decir, con pleno conocimiento y plena libertad. Así presenta ese par de conceptos al comienzo de la notable obra que tiene sobre obligaciones. Y es bueno que ustedes recuerden esas definiciones, porque van a encontrar un extraño parecido con la definición de pecado mortal y de pecado venial. El uno, con plena advertencia y pleno conocimiento, dice el Padre Astete, y el otro, sin plena advertencia ni pleno consentimiento, pero habiéndolo podido prever. Como el que sale a la calle des nudo y hace escándalo pero no salió para escandalizar y el que sale para escandalizar. El uno, es mortal, y el otro, es venial. Ustedes van a encontrar la misma estructura en esta pareja de términos, y no por casualidad ni mucho menos, sino por una necesidad interna de estos conceptos. Van a encontrar que es la misma estructura precisamente porque ambos proceden de la misma fuente, del libre albedrío; de la idea de que el acto humano no está determinado. Ambos actos se encuentran con el mismo obstáculo: una ley normativa, prosaica o jurídica, no interesa ahora; una norma establecida que ambos actos transgreden, constituyéndose en transgresiones, y en ambos casos, tienen el mismo resultado: un castigo, una pena. Por lo tanto, se trata de una estructura similar y no de un parecido externo. Y esa estructura del pensamiento jurídico, que muy frecuentemente es una estructura heredada, es incompatible por completo con el pensamiento psicoanalítico. Es bueno decir clara y franca mente desde el comienzo, no solamente que los dos se oponen, sino que son incompatibles.
Toda doctrina del determinismo implica, por supuesto, lo siguiente: que nosotros pensamos que el acto humano no debe ser calificado en esos términos, que debe ser explicado simple mente por sus causas, y pensado según resultados reales o posibles, pero no calificado en esos términos de origen religioso. Por lo tanto, el psicoanálisis puede ayudar a explicar en general una conducta, pero no puede contestar a la pregunta de en qué medida es culpable el delincuente, porque esa pregunta está planteada en términos que el psicoanálisis rechaza. Por lo tanto no puede contestar a esa pregunta. Así lo dijo María Bonaparte en el peritazgo que hizo de uno de los más sonados asesinatos en Francia, donde un suegro asesinó a la nuera, y ella estudia el caso como perito. No puede ella contestar al interrogatorio por la manera como está planteada la pregunta. Muchas veces ocurre en la ciencia, y ustedes lo saben, que el problema no está solamente en cómo responder sino también en cómo preguntar; hay preguntas que ya tienen una serie de res puestas implícitas y uno no puede contestarlas sino que tiene que criticar las preguntas. Porque la diferencia entre la ciencia no está solamente en la manera de responder a unas mismas preguntas, sino que está también en la manera de hacer las preguntas, de preguntar. La diferencia está en que la ciencia hace preguntas abiertas; es decir, preguntas cuyas respuestas no están implícitas en el planteamiento de las preguntas, y la ideología hace preguntas que están llenas de implicaciones, que tienden a determinar una respuesta; por eso cuando se pregunta ¿quién hizo el mundo? se implica que el mundo fue hecho y fue hecho por alguien. Si uno acepta la pregunta no tiene más que una respuesta. Si uno pregunta cómo se formó el sistema solar, hay muchas respuestas posibles; puede haberse formado por contracción, por explosión y hasta puede haber sido hecho por alguien, pero la forma de pregunta no implica una respuesta. Por lo tanto, el psicoanálisis como ciencia puede colaborar en el estudio de la delincuencia pero tiene sus propios planteamientos. No puede constituirse como una rama que vaya a responder en forma de ayuda cómplice a las preguntas jurídicas. Si se pregunta: ¿cuáles son las causas por las que un determinado individuo realizó los actos que estamos estudiando, puedo iniciar una investigación y es esa única pregunta a la que puedo y pretendo tratar de responder.
Este postulado básico del determinismo psíquico implica también lo siguiente:
El hombre es un ser que se diferencia de los animales por muchas cosas, entre otras muy importantes, porque es un ser que no es naturalmente social. Es decir, que para estar en sociedad tiene que estar comprimido por una serie de condiciones que no son dadas por la naturaleza, como el lenguaje, por ejemplo, y que no se heredan, que necesitan ser aprendidas, que no son instintivas como las normas de parentesco, el noviazgo y los tabúes, etc., que son normas en las cuales al hombre se le obliga a ingresar, que no son natura les en él y que no lleva instintivamente. Por eso, nosotros tenemos que aprender tantas cosas mientras que los animales nacen sabiendo casi todo lo que van a necesitar. Pues bien, ese carácter antifísico, como decía Marx, o esa contradicción entre la naturaleza y la cultura de que hablan hoy los antropólogos, es un rasgo esencial del ser humano, es un rasgo que a la ciencia le preocupa. No es una contradicción entre el espíritu y la materia, ni ninguna idea afín, sino, y sobre todo, es una contradicción entre la naturaleza, lo orgánico, lo biológico y lo social, lo uno normativo, lo otro fisiológico. Ambos marcan pro fundamente lo que somos y nos marcan todo lo que hacemos. Llevamos la huella de nuestro in a la enseñanza en el aprendizaje de nuestras relaciones con nuestros padres y con nuestra familia, en todos los rasgos de nuestro ser, e incluso en nuestro cuerpo tenemos esa huella marcada. Nuestros sentidos mismos han sido modificados por nuestro ingreso en la ley. Por ejemplo, en la ley de la limpieza, que es una de las primeras leyes que se nos imponen y que por lo tanto no es espontánea, nos invierten los sentidos del gusto y del olfato. Tenemos un olfato contrario al de todos los vertebrados superiores. Lo que a ellos les huele bien a nosotros nos huele mal y lo que a ellos les huele supremamente mal, como pueden verificar poniendo a un perro a oler un frasco de perfume, a nosotros nos huele supremamente bien. Tenemos un olfato invertido por ley. Y no sólo eso mismo sino todo un conjunto. Somos una construcción social al mismo tiempo que un producto orgánico. Esa doble condición nuestra es lo que constituye la naturaleza humana que hoy estudian las ciencias humanas: los problemas de esa contradicción, el carácter de las normas, el origen de las normas, los rasgos que las componen. Las normas más importantes de todas las que conocemos son las normas del lenguaje, las reglas lingüísticas.
Un nuevo auge tuvo el psicoanálisis a raíz del descubrimiento de la lingüística moderna, por Jakobson concretamente, que es pionero de la lingüística moderna y el jefe de la escuela estructuralista, el fundador del Círculo de Praga, ya que descubrió, no hace mucho, que las leyes esencia les del lenguaje son leyes que había encontrado Freud como leyes fundamentales del inconsciente, y logró, al mostrarnos en un magnífico estudio sobre la afasia, la forma como se puede perder el lenguaje. A partir de entonces la lingüística y el psicoanálisis se han unificado como ciencias que investigan nuestros mismos inconscientes comunes, los unos, en el lenguaje que practicamos, una serie de leyes que no conocemos, y los otros, en lo que ofrece la vida en general, en los sueños, los actos fallidos, etc. Esta investigación permite comprender que los actos humanos tienen una causa y de qué tipo es.
Hasta ahora hemos hecho una afirmación muy válida: que las causas son psíquicas. Todas las leyes que tienen doctrina intencionalista no piensan de la misma manera, que las causas de los hechos humanos son psíquicas, que los propósitos, los favores que persiguen, los anhelos, los proyectos son las causas de los actos humanos. Esto también es un determinante psíquico. Así entonces, no daremos un sólo paso adelante si nos limitamos a repetir que las causas de los actos humanos no son solamente orgánicas sino también psíquicas.
¿En qué se diferencia el pensamiento de Freud y el de todos los seguidores del intencionalismo en el mundo moderno? (porque la simple afirmación según la cual las causas de los actos humanos son psíquicos, no es suficiente para diferenciarlos). Se diferencia más bien en que la causalidad de Freud no es una causalidad intencional, no es una causalidad final como sí lo es la de Aristóteles. Aristóteles formula que hay cuatro causas principales: causa material, causa formal, causa eficiente, y causa final. En otras versiones da seis, pero generalmente se atiene a las cuatro anunciadas aquí. Es decir, que la causa material de este periódico es el papel y la tinta, la causa eficiente es el trabajo de quienes lo hicieron, la causa formal es la imagen que tenían antes de hacerlo los que lo hicieron, la forma que querían seguir, el modelo, es una causa final el deseo de hacerlo, el propósito. Esas cuatro causas lo explican todo, según Aristóteles. Esto planteó la doctrina de la causalidad más diversificada y profunda que hasta hace poco se conoció. Por lo tanto, es bueno que nos remontemos a él.
En la naturaleza la causa final ya ha sido abandonada. Por ejemplo, ya nadie cree que llueve para que la cosecha no se vaya a dañar, es decir, con un propósito, sino que llueve porque la nube se condensó. Es decir, que las causas eficientes son determinantes en la naturaleza y las causas finales no operan en la naturaleza sino en el hombre, o en Dios, para quien participa del teísmo. Al animismo se le llama también pensamiento mágico, que es el pensamiento de que la naturaleza tiene propósitos, es decir, un ánimo; ha sido prácticamente erradicado o casi erradicado. Pero parece como si lo humano, lo social y lo histórico hayan recogido para sí aquella causa final, que ha abandonado a la naturaleza como territorio.
Lo que en la investigación de la historia de la sociedad y del individuo se viene produciendo desde hace cierto tiempo, es el abandono progresivo de la teleología. La sociedad debe ser explicada también por un conjunto de procesos que no son el resultado de la elección de nadie y que, al contrario, ponen al hombre en la situación que determinan sus propósitos. En ese sentido, Marx desde el momento en que produce su concepción de la historia, construye el primero y más importante intento de erradicación de la teleología, en cuanto a lo humano se refiere, pero se había quedado refugiada la teleología como forma causal, en lo individual, y en ese sentido, Freud, que era un gran estudioso de Aristóteles, sobre el cual hizo largas investigaciones, vino a producir una mutación fundamental y la mutación que introdujo es la siguiente: Las intenciones humanas deben ser explicadas por las condiciones en que el hombre vive y por la historia que arranca desde su nacimiento en lugar de creer que unas intenciones irreductibles, producto de nada, lo explican todo. Es decir, va a tomar la posición que progresivamente se tomó ante la naturaleza en lo que respecta a la investigación de la conducta humana. Pero esta posición se tacha continuamente de mecanicista, de determinista y cientifista. Hay algunos que creen que decir que alguien es cientifista es una crítica.
Freud es científico y cientifista y partidario de la ciencia pura, al contrario de algunos, en cierto sentido, nunca le ha parecido que comprender sea lo que se propone el trabajo de la ciencia. Comprender ¿qué es? Comprender es ponerse uno en el caso del otro, llegar a una sensación íntima de lo que comprende. ¿Había hecho yo lo mismo? Conceptuar —decía Scheller— en una palabra, es tratar de identificarse. Pero eso no es entender. Eso no es explicar. Uno puede ser capaz de identificarse y decir: hombre, si yo hubiera estado en su caso, también la habría peleado, o también lo habría matado, etc. Pero eso no quiere decir que explique por qué se produjo lo que se produjo. Comprender no es explicar, y en general, comprender es una palabra inexacta para la ciencia social. Se toma la identificación por la explicación, pero la identificación es un mecanismo contra el que debemos defendemos y que precisamente Freud estudió con todo detalle y veremos por qué es muy importante en lo que al delito respecta. En cambio, la explicación, por supuesto, no es ningún mecanismo psíquico. Es el resultado de una investigación y es un descubrimiento que suele ser demostrable para que sea un verdadero descubrimiento y no una opinión. El determinismo psíquico consiste en afirmar muchas cosas que parecen difíciles de concebir. Primero, que el hombre nunca ha sido determinado principalmente en sus actos por el estado actual de su organismo, sino por sus relaciones con los otros hombres: lingüísticas, afectivas e históricas, es decir, por su infancia. Y segundo, que esa determinación no es a la manera teleológica, la que dice que sus proyectos, sus anhelos, sus deseos y sus valores determinan lo que hace; esa es más bien la imagen que trata de hacerse de sí mismo. Pero hay una determinación que no conoce, pero que es eficaz. Esa determinación es operada por el inconsciente. Más adelante explicaré qué es el inconsciente, para que nos podamos formar una idea de en qué consiste el método y el pensamiento central de Freud, y luego sí tomaremos algunos casos de delincuencia.
El tema más importante de todos los que presenta el pensamiento de Freud, el más notable de sus descubrimientos es el del inconsciente, pero desgraciadamente también es el más difícil de todos los problemas que planteó en el estudio del hombre. El pensamiento de Freud en ningún punto como en este del inconsciente se contra pone más radicalmente —por no decir más escandalosamente— a la cultura de su tiempo. Hay una notable incompatibilidad entre lo que Freud pro puso como esquema de la estructura psíquica y lo que toda la cultura de su tiempo había pensado del hombre. Hay una radical incompatibilidad, por ejemplo, entre el pensamiento de Freud y toda la doctrina evolucionista, en psicología, en antropología, en sociología; en filosofías como la de Hegel, todas las doctrinas fenomenológicas que surgieron contemporáneamente a su obra y que son radicalmente contrapuestas a su pensamiento, y por supuesto al pensamiento religioso de todo tipo y de toda índole, también se contraponen de la manera más clara, más abierta y más irreconciliable. Por lo tanto, para Freud era de esperar una gran oposición, silencio, rechazo, tergiversación, es decir, una pésima recepción para ese elemento extraño en la cultura de su época, el inconsciente.
A los filósofos que creen tener las cosas claras y tienen una refutación rápida a la manera sartriana, hablar de pensamientos inconscientes es una contradicción en los términos, es lo mismo que no hablar de nada, es como hablar de hielo frito, porque un pensamiento es consciente por definición, y punto. Así, hablar de sentimientos inconscientes es algo tan ridículo como hablar de un sentimiento que no se siente, de sentimientos insensibles. De manera que los filósofos, que creen tener las ideas más claras, comenzaron a refutar el problema en sus propios términos, pero para su propia desgracia, el problema no solamente era un hueso duro de roer sino que también era difícil de sospechar, y una vez que Freud produjo el tema, tampoco era fácil ocultarlo y ocultar la obra que alrededor de ese tema seguía creciendo en el campo de la antropología, de la lingüística, de la terapéutica y de la crítica literaria. Esto no se podía acallar, y el mismo Sartre, después deberá reconocer que su claridad (en ‘EL SER Y LA NADA’) es pura ignorancia, y que el psicoanálisis es indispensable en el mundo moderno.
Otro autor muy notable, doctor Hesnard, había escrito un libro por la misma época del Ser y la Nada que denominó ‘EL UNIVERSO MORBIDO DE LA CULPA’, en el cual producía una gran superación del pensamiento de Freud, supe ración saludada con gran alarde en el prólogo del doctor Walion, presidente del Instituto Francés de Psicología, pero unos 22 años más tarde, el Dr. Hesnard produjo otro libro que se llama ‘LA OBRA DE SIGMUND FREUD Y SU IMPORTANCIA PARA EL MUNDO MODERNO’, que publicó en el año de 1963, en el cual descubre también lo mismo que Sartre, que la superación del psicoanálisis era un desconocimiento del psicoanálisis. Esa historia de la superación es una historia muy interesante, y la traigo aquí a cuento, como una alerta sobre la dificultad intrínseca del tema que vamos a tratar; una dificultad contra la que desgraciada mente no podemos hacer nada, porque hay cosas que son difíciles en su propia esencia, que no depende de nuestra exposición, aunque podamos hacer un esfuerzo para simplificarlo. De la misma manera que no se puede enseñar la doctrina de Einstein, por ejemplo, en términos de aritmética elemental, hay también una parte fundamental del pensamiento de Freud que no se puede simplificar demasiado y debemos aceptar el trabajo de abordarlo.
El mismo Freud decía en una carta, precisa mente a Einstein, que era su amig6, lo siguiente:
“Usted y yo nos encontramos Dr. Einstein en una situación muy diferente y muy desventajosa para mí; porque ambos estamos explorando dos partes del universo. Usted está explorando el universo físico en su conjunto y su ley, y yo estoy explorando otro universo que es la mente humana y le aseguro que no es más complejo ni más i’asto el que usted explora del que yo exploro. Pero, a diferencia de usted, yo trabajo en un campo en el que todo el mundo cree saber de qué estamos hablando, mientras que usted trabaja en un campo en el que la gente al menos reconoce que no sabe de qué está hablando. Por lo tanto mi situación es supremamente desventajosa frente a la suya”. Y eso es cierto.
Una de las mayores dificultades de exponer el terna que estarnos principiando a abordar es que tenernos que romper primero capas de prejuicios acumulados, negativos unos, que no son los más graves, otros positivos, es decir, aceptaciones prematuras de la teoría del inconsciente. El inconsciente puede ser considerado, primero, para comunicarlo en una forma descriptiva de la siguiente manera: hay una serie muy grande de fenómenos en nuestra vida de los cuales no se preocupa nuestra conciencia, pero que no por eso han desaparecido. Por ejemplo, tenemos una gran cantidad de recuerdos de nuestra infancia, de nuestra juventud en los cuales no pensamos continuamente pero que tampoco hemos olvidado. Si alguien nos pregunta cuáles son los recuerdos más amables de nuestra infancia, volvemos a recuperar aquella zona que teníamos alejada de nuestra atención y volvemos a hacerla presente. De la misma manera tomamos una decisión: iré al teatro mañana, y compro una boleta. Esa decisión permanece en nosotros viva y esperando sin necesidad de que estemos todo el día desde la compra de la boleta hasta el día siguiente consciente de ella, pero pensamos en ella una vez, tres veces, cuatro veces, es decir, está viva pero no está actualmente en nuestra conciencia. Todo aquello de lo que no se ocupa nuestra conciencia actual pero es disponible para nosotros, aquello que podemos recuperar y abordar es lo que Freud llama preconsciente. Para que se sepa que el inconsciente no es un fenómeno descriptivo; aquello que no está presente en la conciencia pero es disponible para nosotros no es inconsciente, es preconsciente. Es importante hacer esta distinción para lograr por lo menos negativamente empezar a dibujar la figura del inconsciente en el sentido primordial. El inconsciente en realidad no es disponible, no es aquello a lo que podemos regresar cuando queremos. El inconsciente es aquello que está vivo y operante en nosotros; sin embargo, es algo inaccesible a nuestra conciencia; es aquello que resulta incompatible con nuestro yo positivo. Incompatible, es decir, que si accedemos a nuestro inconsciente tenemos que modificar la estructura de nuestra personalidad. Y precisamente un psicoanálisis busca eso, la modificación de la estructura de la persona por medio del acceso al inconsciente. Por lo tanto, debemos ahora buscar una definición que contenga esta otra particularidad del inconsciente.
Hay muchas cosas en la vida que hemos olvida do porque no son muy importantes, porque no han estado presentes durante mucho tiempo en nuestra percepción. Por ejemplo, hemos olvidado miles y decenas de miles de rostros que hemos visto en la calle, los nombres que hemos oído, los números de teléfonos que hemos marcado, todo ello lo hemos olvidado porque no impresionó suficientemente nuestra vida anímica, o porque no lo ha impresionado permanentemente, o no lo hemos querido recordar. Antes de Freud, casi todas las teorías del olvido consistían en describir nuestra retentiva o nuestro olvido de acuerdo con lo que acabo de exponer: “el olvido es indicio de la falta de importancia; el recuerdo es indicio de que hemos dejado una huella profunda”. En Freud nos encontramos con una doctrina en la cual se sostiene algo un poco más que diferente, algo casi contrapuesto a esto. Hay un conjunto enorme de experiencias, experiencias infantiles originarias que nos han marcado para siempre y también experiencias posteriores, extraordinaria mente graves y fuertes pero incompatibles con la idea que tenemos de nosotros mismos, que hemos reprimido y por lo tanto, han pasado al olvido. Pero no porque se hayan borrado por su debilidad sino porque se han excluido por su incompatibilidad con nuestra vida consciente, con nuestra conciencia, y por lo tanto, siguen operando en nosotros aunque no seamos conscientes de esas experiencias; esas experiencias constituyen el inconsciente. Pueden ser pensamientos representaciones, afectos, incluso pueden ser pasiones desconocidas y sin embargo operantes que se conocen por sus resultados pero no muestran sus rostros.
No se necesita hacer un análisis de los que Freud inauguró para obtener ejemplos de esto. Hay otros que también lo han hecho, por ejemplo, Shakespeare y Dostoievsky hicieron muchos análisis de ese tipo; Freud encuentra sus precursores en ellos, como él mismo lo dice en muchas partes. Consideremos, pues, una pasión desconocida, vamos a tomar un ejemplo de los más sencillos, uno que es muy frecuente y que se llama el fenómeno de la madre y del padre ansiosos. Es el fenómeno que consiste en lo siguiente: hay una serie de padres, ustedes tal vez han presenciado algún caso, que produce un fenómeno denominado ansiedad, es decir, que viven con una preocupación completamente injustificada por los hechos más simples, por la realidad más inocente. Se preocupan que sus hijos vayan a sufrir un accidente. Llegan a casa corriendo, sudorosos, agitados, pensando que un niño se ha caído por la ventana y sienten una enorme alegría al ver que los niños están completos, que el niñito, si es uno solo, no ha tenido ningún accidente. Están permanentemente en ascuas si se encuentran en un paseo a la orilla del mar, sin poder entender por qué. S sienten incapaces de dejar al niño un minuto solo ante el terrible temor que tienen de que el niño vaya a sufrir un accidente. Su conciencia no logra ver sino la exageración de su preocupación por el niño, preocupación que es muy molesta para el mismo niño. Este terror —y sobre esto hay brillantísimos análisis de diversos psicoanalistas— es un sentimiento inconsciente de hostilidad hacia el niño. El sentimiento mismo es el más alejado que puede haber a la conciencia del padre. El padre no sabe por qué se comporta con tantos y extraordinarios cuidados ni que es lo que tiene que temer que le ocurra al muchachito. Sin embargo, teme que el muchachito se le caiga por una ventana, que se lo pise un carro, que se lo pise un tren. Lo que más lejos está de suponer es que esto pueda deber- se a algún problema originario con su propio padre y con el cual está identificado; quien le abandonó o trató muy mal a su madre, o algún caso similar, y así, siente hostilidad inconsciente por su hijo y un gran amor consciente. Porque nosotros somos contradictorios. No se puede seguir hablan do ya del sujeto unitario como los filósofos des de Platón hasta Hegel lo han hecho, sino de una estructura de tensiones y contradicciones que reemplaza a esa unidad mítica con sus deseos, a ese hombre de los filósofos liberales de la vieja Inglaterra, de Bentham y John Stuart Mill, a ese hombre que desea aumentar sus placeres y disminuir sus dolores y por esto hace todo lo que hace y así explican Bentham y Mill todo lo que pasa en la economía y en la sociedad. Ese hombre de bien, quedó convertido, de una unidad irreductible que era, quedó constituido en una estructura llena de contradicciones por obra de Freud y precisamente por eso produjo la más notable revolución teórica de los últimos tiempos.
La conducta humana, los actos humanos son explicables por sus causas, por sus hechos psíquicos. Los hechos que los explican son en gran medida inconscientes y sólo se pueden conocer cuando se abren nuevos ojos para mirar y nuevos oídos para escuchar, como decía Freud. Es posible realmente hallar una explicación a lo que parecía arbitrario. Freud, en ese estilo tan extraordinariamente bello con que escribe y desgraciadamente, por lo general, tan mal traducido, decía, hablando de una paciente a la que descubrió un gran problema por simples movimientos que hacía en el diván: “el que tiene ojos para ver y oídos para escuchar, sabe que los mortales son incapaces de guardar un secreto. Aquello que en los labios callan baila en la punta de los dedos y por todos los poros la traición se asoma. El hombre expresa todo lo que ve en todo lo que hace. El problema es descifrar por qué el hombre es permanentemente un conjunto de signos, un ser descifrable”.
El análisis es el proceso por el cual se descubre el inconsciente. El sentimiento inconsciente es un sentimiento que no se conoce, no por su debilidad sino por estar reprimido, que no por ser desconocido deja de ser operante. El ejemplo que les acabo de mostrar es un ejemplo muy directo, pero podemos acercarnos más a nuestro tema si tomamos un ejemplo del ámbito propio de nuestra preocupación actual, el ámbito de la en criminología. Freud escribió muchos y muy notables artículos sobre este tema y la caracterología freudiana, como la caracterología dostoievskiana siempre tienen mucho qué ver con el problema del delito, y en todo caso, con el problema de la transgresión.
Hablemos más bien de eso, de la transgresión de una norma que es válida para quien la transgrede, y hablamos tanto de una norma positiva, que puede variar de un país a otro, como la transgresión de una norma negativa. Por ejemplo, en un país puede estar prohibida la prostitución y en otro no, pero, en el super-yo (del que habla remos más adelante) de la prostituta si está prohibido y su prostitución es una transgresión. Lo que nos interesa es esa transgresión y no la transgresión de la norma positiva. Ahora bien, en esa caracterología freudiana nos encontramos con uno de los problemas más interesantes y más relacionados con el que comenzamos a mirar antes, el problema de la culpa —pero ya no como la encontramos en el ámbito de la religión o en el ámbito del derecho como culpa real— en el psicoanálisis siempre que se hable de culpa (culpa quiere decir sentimiento de culpa) es un sentimiento independiente de toda calificación moral del acto a que se refiere. El sentimiento de culpa procede de que cuando nacemos ingresamos en la vida social por medio de leyes y de normas, por medio de prohibiciones. Cuando venimos al mundo y nos encontramos con un no, el no del aseo, el no que nos obliga a controlar los esfínteres, que nos obliga a alejarnos de lo sucio, que nos obliga a tantas cosas —esa normatividad que produce lo que llama un filósofo moderno la humanización forzosa del animalito humano— ese no, progresivamente, precisamente en la medida en que no nos convirtamos, por ejemplo, en seres perversos, se va interiorizando en nosotros hasta convertir- se en una entidad interior, que sigue imponiéndose desde el interior y prohibiéndonos la afirmación de nuestra expontaneidad contra las normas y nos convierte en un ser contradictorio en el que el deseo y la norma luchan en nuestro seno, y no el deseo adentro y la norma afuera. Pues bien, ese ser que somos, puede perfectamente tener el sentimiento de haber cometido un horrible crimen por haber tenido sencillamente una grave hostilidad, una presión negativa inconsciente, pero terriblemente fuerte e interna. Se produce, entonces, el extraño fenómeno de la culpa, extraño por la dificultad para explicarlo y la persona que lo sufre no sabe a qué adjudicarle tal sentimiento de culpa sin objeto; así como hay una angustia que es un temor sin objeto en que no se sabe a qué se teme, pero que existe como un temor interior.
Decimos culpa sin objeto, en cuanto la persona no sabe cuál es éste, y si no sabe quiere decir que el objeto es inconsciente y no inexistente, como suponen tan alegremente los existencialistas: “la angustia es un temor a la nada, porque es un temor sin objeto”. El objeto existe perfectamente. Cualquiera de esos existencialistas que por casualidad lo vive y se somete a un psicoanálisis, rápidamente lo hallará en el diván, aunque al principio fuera desconocido.
Este es uno de los problemas humanos que parecen más graves en sus consecuencias prácticas, un sentimiento agudo de culpa que no puede adherirse a un objeto determinado ni a un acto. Es un sentimiento de autorreproche que busca vanamente algo de qué reprocharse sin lograr encontrar realmente un objeto razonable para ese reproche. Nos encontramos aquí con esas personas que sufren de lo suele llamarse melancolía. El enfermo se reprocha a sí mismo como la persona más vil que posa sobre la tierra. Se considera horrible, merecedora de todo castigo y sin embargo, en un diálogo razonable, no puede encontrar ningún acto, ningún pensamiento del que pueda realmente afirmar que ha ocasionado esa horrible culpa que pesa sobre él. Esa culpa suele ser una de aquellas pasiones negativas inconscientes, una hostilidad inconsciente contra una persona tan querida, y precisamente tan querida que la hostilidad no puede ser consciente, y produce por lo tanto, una culpa enorme. Así tituló Freud uno de los trabajos más importantes en este campo: ‘EL DELINCUENTE POR SENTIMIENTO DE CULPA’, porque encontró en el análisis de varios casos, como él relata allí, y no sólo en casos de adolescencia, que es lo que generalmente se afirma sino en las madres también, un fenómeno que parecía extrañísimo y consistente en que el sentimiento de culpa procedía del delito, y no lo sucedía, como parecería lógico; que el sentimiento de culpa no era la consecuencia del delito, sino la causa; en que el hombre acosa do por una culpa de origen desconocido, buscaba un castigo, un hecho real al cual poder adjudicar- la. Ese sentimiento de culpa llegaba a ser intolerable y la persona halla un enorme alivio al lograr realizar algo a lo cual atribuir esa culpa.
Los que se preocupan por estas materias y las conocen mucho mejor que yo, saben que hay un maestro reconocido mundialmente en este terreno, que es Fedor Dostoievski, un pionero de todas las investigaciones sobre criminología. Dostoievski ya había encontrado esto y lo había expuesto con magnífica claridad y con la seguridad instructiva de su genio que da siempre en el blanco. Recordarán tal vez, en ‘CRIMEN Y CASTIGO’ hay un curioso pasaje en el cual dos pintores, que por casualidad se encontraban cerca del lugar de los acontecimientos donde Raskolnikov asesina a la anciana usurera, van donde el juez de instrucción, donde Porfirio Petrovich y confiesan que ellos dos hicieron el asesinato, que ellos son los asesinos y tienen ya la confesión, nada menos que la confesión, una prueba bastante importante en aquella época en que no faltaba quién creyera que era la prueba decisiva. Dostoievski tal vez haya colaborado mucho con sus obras a quitar un poco de la cabeza de ciertas gentes la idea de que la confesión es una prueba total. Estos dos son sus delincuentes por sentimientos de culpa, que buscan un castigo para encontrar la tranquilidad y buscan un objeto al cual adjudicar ese sentimiento, tanto más insoportable en cuanto que su origen permanece desconocido. Ellos dos, los pintores, no hicieron el asesinato; en otros casos los que confiesan, realmente lo han cometido, aunque por el mismo motivo. Dostoievski nos arroja luz con ellos dos sobre la esencia inconsciente de Rascolnikov, mostrando que detrás de todas aquellas racionalizaciones, identificaciones con Napoleón y todo lo demás, busca también algo que le permita aliviar su terrible sentimiento de culpa, busca entonces, un castigo. Así, encontramos en la última parte de la obra, casi en el texto o en el contenido manifiesto del texto, que ‘CRIMEN Y CASTIGO’ debía haber sido titulado El Crimen por el anhelo del Castigo. Pues bien, Dostoievski es un pionero en esto.
El delincuente por sentimiento de culpa es aquel que pasa a la acción material pero no rea liza el acto allí donde está la causa. Esa permanece inconsciente. La hostilidad se dirige contra un ser que tal vez ama en una forma más compensatoria, más neurótica, pero más entrañable, y en cambio, el acto real de la agresión se desplaza hacia una persona que suele ser, en estos casos, indiferente Buscan algunas racionalizaciones, es decir, tratan de acusar a una pobre vieja agiotista de que es perjudicial a la humanidad mientras que ellos, pueden ser Napoleón o algo por el estilo. Pero otros no lo buscan, otros escogen al azar, y el crimen al azar puede llevamos, por lo menos, a la sospecha de que se trata de delincuencia por un sentimiento de culpa y es interesante examinar esta posibilidad cuando no se vea relación alguna entre el acto y el motivo, por ejemplo, un interés claro y un odio personal. Es por lo menos interesante examinar esta posibilidad que entre muchos otros en este campo, más que presentida, fue abierta por Dostoievski.
También encontramos en ‘CRIMEN Y CASTIGO’ un brillante análisis de la consecuencia del crimen, de la soledad en que cae el criminal, de la incomunicación y sobre todo, el sentimiento que tiene de que ya realizó algo irreversible y de que va no va a encontrar ninguna manera de organizar una relación más. Los poetas han visto muchas cosas similares: Un personaje de Shakespeare, después que comete un asesinato, vuelve con las manos ensangrentadas sobre los espectadores y dice: “y ahora habrá seriedad en la vida”.
Es muy interesante ver estas primeras formas de estudio del sentimiento inconsciente y su relación con un fenómeno de delincuencia. Pero por supuesto no es la única relación posible. A veces la delincuencia se verifica precisamente sobre el objeto de la hostilidad. Hay un caso en el cual es brutal, y bellamente expuesto también por Dostoievski.
‘LOS HERMANOS KARAMASOV’ constituye otra obra maestra en el estudio del delito, pero en este caso no del delito desplazable sino del delito que podríamos llamar en equipo, por odio parricida. Tal vez recuerden ustedes la proclamación en el juicio: “ Y quién no ha deseado la muerte de su padre?”. Pero en este caso se confabulan un conjunto de personajes que después de todo no son más que diferentes negaciones del padre. Iván Karamasov es una negación del padre, una negación intelectual que Dostoievski refinadísimamente construye así: aquel que es demasiado racional niega la autoridad, porque la razón niega la autoridad. Iván Karamasov es antipaternal, está contra lo viejo porque es un intelectual puro porque no reconoce más que la pura razón. Eso ya lo habían visto los griegos, Aristófanes le decía a Sócrates que su racionalismo, su teoría de que uno debía obedecer sino aquello que uno cree que es justo y a su propia conciencia, es la teoría de que sólo la razón debe guiar a la vida de los hombres, y estaba dirigida contra los padres por lo tanto, era parricida.
Dostoievski propone una nueva fórmula de racionalismo parricida en la imagen luminosa de la racionalidad de Iván Karamasov. Pero propone el parricidio por la competencia directa, en el amor de la madre y en el amor de la mujer en Dimitri Karamasov un activo que directamente se enamora de la mujer del padre, compite con el padre en los mismos objetos. Y también nos hace la maravilla de construirnos un parricida místico, un hombre que se niega a identificarse en ningún sentido con el padre. Alioscha que se autofeminiza, que se niega a toda violencia y a toda pasión, así erradica a su propia vida también junto con la del padre, porque el padre no solamente es un objeto externo y prohibidor sino también un orientador y un modelo. De manera que tres parricidas concluyen en un parricidio con sus deseos, como en el juicio se ve, asesinan por cuarta mano al padre. Pero en realidad es un asesinato por procuración, es decir, es dictado por otro. Smerdiacov, asesina porque se identifica con los deseos de sus medios hermanos, y no porque él tenga la capacidad de decidir nada: él es semitonto y epiléptico.
Se ve, pues, que esto de la delincuencia y las razones inconscientes y las identificaciones inconscientes, la culpa por motivos inconscientes, no es un descubrimiento que podemos adjudicar en una forma tan directa a Freud. Podemos adjudicar a Freud el que nos haya prestado los instrumentos teóricos para su sistematización, para la investigación positiva directa, y que nos haya introducido en la temática de la manera más profunda posible.
Con el tema tan repetido del Complejo de Edipo, hay que anotar, desgraciadamente, que a veces la vulgarización resulta peor que el desconocimiento total. Hay amigos de Freud y de Marx que les hacen mucho más daño y que son mucho más injustos con ellos que sus peores enemigos. Eso es muy frecuente en esos casos, y Freud es en gran parte víctima de sus amigos y colaboradores y de sus sucesores.
Es muy importante que se tenga una idea de lo que Freud entiende por el padre, para que en adelante nos pongamos de acuerdo al estudiar las relaciones sobre la delincuencia y el complejo de Edipo. Freud entiende por el padre lo siguiente: el padre es un ser a la vez prohibidor y protector, es también un ser tentador, porque se permite hacer lo que prohíbe. Es aquel que no nos deja salir a la calle, pero sí sale él: que no nos deja dormir con la madre, pero sí duerme él con ella; que no nos deja hacer una gran cantidad de cosas, quedarnos por la noche, etc., etc. y él las hace. Es aquél que nos invita a que nos identifiquemos con él que deseemos a través de él hacer algún día lo que él hace y prohíbe. Es el tentador, el diablo, pero también es el prohibidor. Dios. Esa combinación de personajes, Dios, el diablo, es pues, una estructura muy compleja. Nuestras relaciones con esa figura y con la otra figura primordial la madre, objeto primordial de los deseos, dice Freud, representa en nosotros dependencia originaria y naturaleza protectora; nuestro conflicto, nuestra vida conflictiva con ellos dos, el drama en que nosotros entramos al nacer y que determina lo que seremos. Ese drama es, por supuesto, como su nombre lo indica, mucho menos simple de lo que algunos creen, que se imaginan que el niño quiere matar al padre y acostarse con la mamá y que Freud descubrió eso y que eso es el complejo de Edipo. Así no sería nada complejo, sería una de las historias más simples. Además no la descubrió Freud. No recuerdan, acaso, que Yocasta dice a Edipo: “no te preocupes tanto por lo que has hecho. ¿Qué hombre no hace alguna vez lo que tú hiciste?”. Sófocles no tenía tal vez tal inconsciente, ni por su puesto Dostoievski tampoco. Lo que describió Freud fue su estructura, su complejidad y la manera cómo pone su marca en nuestras vidas. A partir de allí, veremos la relación de esto con la delincuencia.
Puesto que el delito es violación de la ley, transgresión de una norma, vamos a estudiar en una perspectiva un poco unilateral, el enriquecimiento de nuestro concepto de ley por el pensamiento de Freud y el aporte que éste hizo al estudio de las normas, especialmente en su obra ‘TOTEM Y TABU’.
En primer lugar, Freud se preocupó toda su vida por un problema que es el complejo de Edipo. Este fenómeno nos plantea un problema de crimen y nos habla de las tendencias a transgredir cierta norma: la prohibición del incesto. Freud había descubierto desde 1896 aquello que 50 años más tarde Levi-Strauss presentará en su famosa obra ‘LAS ESTRUCTURAS ELEMEN TALES DEL PARENTESCO’. Levi-Strauss no conocía todavía el descubrimiento de Freud porque éste había quedado en cartas que fueron publicadas después de 1950. Freud había dicho a finales del siglo pasado que la prohibición del incesto era una ley universal, una norma universal. En eso consiste una buena parte del pensamiento de Levi-Strauss sobre el origen de la sociedad, y es notable que hayan llegado,, en forma tan independiente, a una conclusión que hoy prácticamente constituye una doctrina un punto de partida de toda la antropología moderna. Queda el problema de averiguar por qué entre tantas sociedades que han podido ser estudiadas y que presentan rasgos tan diferentes unas de otras, modernas, antiguas, primitivas o desarrolladas, nos encontramos con una sola norma que es común a todas, una norma universal ‘e sólo esa, en todas las sociedades conocidas, la prohibición del incesto, que Levi-Strauss llama norma de normas. Pero ocurre que la prohibición del incesto no es una característica especial que por casualidad se encuentra en toda sociedad conocida. Es algo mucho más importante.
La prohibición del incesto es un acto de fundación de la sociedad como tal. Generalmente estamos acostumbrados a escuchar el lado negativo de esa norma, lo que prohíbe, pero si pensamos en su lado positivo podemos decir que la prohibición del incesto es al mismo tiempo, una orden de otras cosas y en el mismo acto por el cual las mujeres del clan están prohibidas a los hombres de ese mismo clan, o viceversa, por ese mismo acto las mujeres y los hombres de los otros clanes están prometidos unos a otros. De manera que la prohibición del incesto es la otra cara de la obligación del matrimonio interclánico, entre grupos no consanguíneos. De esa manera la sociedad afirma una unidad que va más allá de las unidades consanguíneas una unidad por medio de la cual se garantiza que el grupo no se dispersará, y todos son, con respecto a todos, promesas de solidaridad, de un matrimonio, de matrimonios cruzados casi siempre. La función de la prohibición del incesto es, por tanto, la función de mantener la unidad y evitar la dispersión de un conjunto de familias o de clanes. Por eso es un mandato que tiene la función de conservar la sociedad como una unidad.
Es muy frecuente encontrar, por ejemplo, el notable hecho de que la prohibición del incesto coincide con una forma de economía muy fuertemente colectivista y que la economía colectiva se mantenga también a su turno como una especie de prohibición del incesto. Por ejemplo, hay una tribu en Nueva Guinea que se llama los Arapesh de la Montaña, una tribu que fue estudiada larga mente por una antropóloga norteamericana Margaret Mead. Los Arapesh de la Montaña se caracterizan porque tienen una economía muy fuertemente socializada, colectivista, hasta tal punto que a un arapesh le está prohibido con sumir carne de un animal que él haya cazado, o comer el producto de la yuca o del maíz que hay sembrado en su propio jardín, o consumir el tabaco que haya cultivado. El arapesh sólo trabaja para regalar. Los Arapesh creen que los productos del trabajo humano y de la tierra son, en cierto modo, hijos de los trabajadores, que cuando un hombre fecunda una tierra con su trabajo se está realizando un acto que ellos asimilan a la sexualidad con la cual obtienen un resultado similar: el nacimiento de un ser que no existía para ellos. Por lo tanto, ellos consideran el producto de su trabajo como su propio hijo, y la prohibición del incesto les impide con sumir el producto de su trabajo. Así, están obligados de hecho a regalarlos, pero reciben igual regalo de los demás.
Es una sociedad, como digo, supremamente firme en el colectivismo y muy interesante por otros muchos aspectos. A un arapesh a quien le preguntaron si existía propiedad sobre la tierra se quedó tan asombrado como si hubiera escuchado una blasfemia. No solamente no conciben que la tierra pueda ser objeto de una pro piedad, sino que conciben las cosas completa mente al revés: que los habitantes son propiedad de la tierra, que la tierra está habitada por sus antepasados quienes les imponen una serie de deberes, que los obligan a cultivarla y desherbar- la, porque la tierra es propietaria de esos habitantes. En ella han vivido los antepasados; ella les ha dado el sustento; ella les impone las obligaciones cíclicas de cosechar y de sembrar, por lo tanto, para ellos, es una idea completamente absurda la de la propiedad o no propiedad sobre la tierra.
Esa economía funciona por medio de una extensión de la prohibición del incesto a lo eco nómico, como un fin muy específico: Mantener la sociedad corno una unidad o impedir que se disperse en pequeñas unidades productivas de trabajo aislado. A pesar de que vivan en un espacio amplio, se sienten muy obligados, muy necesitados de la solidaridad para su supervivencia. La ley primitiva es, pues: Una ley que al mismo tiempo que prohíbe y rompe un vínculo, establece en ese mismo acto un vínculo más amplio. Al mismo tiempo impide que la familia se vuelva sobre sí misma, se cierre sobre sí misma, se satisfaga consigo misma: impone que la familia se convierta en la prometida de otras familias, y que otras familias tengan los prometidos en esa familia. La prohibición del incesto divide la pequeña unidad para unirla en una unidad más amplia.
No es una casualidad que la prohibición del incesto resulte ser una ley universal, porque no es una característica cualquiera entre otras que se puede quitar o poner en una sociedad, sino que es una condición para que la sociedad se afirme como tal contra su dispersión en pequeñas unidades. Es tanto más fuerte, tanto más complejo, la prohibición del incesto, cuanto más primitiva sea la sociedad. Por eso se da el caso de los Arapesh en que se extiende hasta la economía y otros campos de la vida, porque precisamente ellos están mucho más amenazados de dispersión y necesitan más de ese aspecto de la vida social, que es la prohibición del incesto.
Esto es muy importante tenerlo en cuenta para abordar algunas discusiones y partimientos del tema que se está tratando. Cuando afirmó Freud la universalidad del Complejo de Edipo, lo afirmó teniendo en cuenta que él ya había considerado universal, mucho antes que Leví Strauss, la prohibición del incesto. El Complejo de Edipo es universal en la medida en que se deriva de la prohibición del incesto. Es decir, la prohibición del incesto impone al hombre un choque originario entre la naturaleza y la cultura, entre sus deseos y las órdenes de la sociedad, y ese choque originario es el que genera el Complejo de Edipo. Debemos tener en cuenta que la primera ley, las primeras leyes, aunque son normativas, son leyes que presentan unas características diferentes a las leyes de la sociedad moderna, y asimilarlas es un enorme error. Para nosotros es muy interesante tratar de ver qué diferencia hay entre la ley de los Arapesh la prohibición del incesto y sus extensiones, y la ley de los Bororo o la ley de los Nambikwara o cualquier otra ley primitiva, en una sociedad profundamente atrasada, y una ley moderna.
Una primera diferencia muy importante para nosotros es ésta: Los primitivos carecen de todo aparato que les permita imponer la ley; no tienen estado, ni fuerza armada, ni policía. Nos encontramos con sociedades en las cuales no tenemos nada que se parezca a un cuerpo de policía. El chamán, por ejemplo, que encontramos en la mayor parte de las sociedades primitivas, es una persona que fuera de sus prácticas de danza y curaciones trabaja como los demás. Esto es así en los Nambikwara, en los Arapesh, en los Bororo, en casi todas las tribus primitivas que no han llegado a la religión. Los chamanes son magos, no son sacerdotes. La religión y la magia son fenómenos completamente diferentes. La magia es una creencia en la omnipotencia de nuestros deseos y nuestras posibilidades de actuar sobre el mundo. Por eso el mago, el brujo, el hechicero conversa, baila y grita creyendo en la omnipotencia de los hombres, de sus deseos y sus capacidades de actuar sobre las cosas por medio de símbolos, mientras que el sacerdote reza, ruega, hace sacrificios, porque el sacerdote no cree en la omnipotencia de los deseos humanos sino en la omnipotencia de otros seres a los cuales ruega y convoca.
En las sociedades a que me refiero, que no son sociedades con estructura religiosa sirio sociedades con una mentalidad mágica, no se encuentra lo que podríamos denominar, para hacer una comparación un cuerpo de policía, y sin embargo, hay una legislación y hasta una legislación complicadísima a veces, muchísimo más compleja que nuestros códigos que requieren conocimientos y una memoria enorme. Esos conocimientos que llamamos primitivos, han resultado —después del análisis de los antropólogos modernos— ser más vastos de lo que parecían. Por ejemplo, hay tribus que tienen cuatro mil plantas clasificadas, una persona corriente las conoce y las clasifica según su utilidad, según el terreno en que se dan, la humedad que requieren, etc., y las conoce de memoria. Son sociedades sin escritura, de manera que tienen en realidad una organización bastan te compleja, muy diferente a la nuestra, pero mucho más compleja de lo que la palabra primitivo da a entender. Si primitivo quiere decir simple, no hay sociedades primitivas. En todo caso, hablar de sociedades primitivas es, en rigor, una impropiedad. Esas sociedades tienen una legislación a veces tan compleja como las nuestras; llena de complicaciones, de sutilezas, de diferencias, de prohibiciones, de mandatos y, sin embargo, no tienen ningún cuerpo que les permita ejercer un poder y prevenir el delito por medio de un órgano cual quiera o un castigo especial. ¿Por qué no lo tiene? Porque son sociedades en las cuales la norma es concebida por una sola ideología. Para entender algo de una sociedad primitiva se debe pensar que en ella existe una ideología que le es común a todos y unas creencias que le son comunes absolutamente a todos sus miembros. En segundo lugar, estas sociedades conciben sus normas como normas vitales para el conjunto de la sociedad.
Consideremos las normas a que me refiero entre los Arapesh: Las normas de la prohibición del incesto son consideradas por los primitivos como inviolables, pero en realidad quien viola una norma de esas amenaza la estructura general de la sociedad y no los intereses de un grupo dentro de la sociedad. Esta es una diferencia supremamente importante. Cuando un arapesh, por ejemplo, viola un mandato como a veces ocurre, él mismo considera que ha hecho algo terrible contra las condiciones de su existencia, digámoslo en esos términos. Y a veces las consecuencias de la violación de un tabú son fatales.
De esto podemos sacar desde ahora una conclusión muy interesante que se puede desarrollar con un ejemplo. En las sociedades más primitivas, como las llamamos nosotros, en las sociedades donde no hay diferencias de clase, y esa es su característica más importante, en las cuales no hay grupos dominados ni grupos dominantes o clases; aún en esas sociedades, la ley es muchísimo más fuerte muchísimo más poderosa que en las sociedades de clase, porque es una ley que todos tienen interiorizada. Por eso se llama un tabú. Un tabú es algo que da miedo realizar y no sólo porque está prohibido hacer lo sino porque es uno mismo. La fuerza de la ley en una sociedad integrada sin clases, puede deducirse de un fenómeno muy curioso y muy interesante que ocurre a veces en estas sociedades. Es lo que un médico norteamericano, Cannon, en unos de sus libros más notables ha llamado ‘LA MUERTE BUDU’ haciendo un aporte a la medicina psicoanalítica y en general a la antropología.
En esas obras, Cannon, y después muchos otros, Leví-Strauss entre ellos, y algunos médicos ingleses en Australia, han captado en muy diversas regiones del mundo, en Panamá, en Haití en África, en el centro del Brasil un fenómeno que al principio dejó completamente desconcertados a los antropólogos quienes se negaban a aceptar su realidad hasta que la sucesión continua de nuevos y nuevos datos y elementos de juicio los obligó a aceptarlos: es la muerte por conjuro, un fenómeno supremamente curioso. Uno de los casos más conocidos es el siguiente:
Un chamán construye un muñeco y con ese muñeco representa la figura de alguien que ha violado un tabú, por ejemplo. Enseguida destruye el muñeco y el que ha violado el tabú muere a veces en muy pocas horas. En el hospital de Darwin lograron salvar a uno poniéndole inconsciente y colocándole en una cámara de oxígeno, y salió convencido de la enorme superioridad de la magia
Evidente que la magia del hombre blanco parece también supremamente poderosa, tan poderosa, que puede matar por medio de un símbolo. Cannon había hecho antes una investigación sobre la muerte, que le ayudó mucho, y que consiste en que en la guerra de 1914—18, la primera guerra mundial, encontraron otro fenómeno igualmente curioso. En las trincheras había una gran cantidad de muertos que no presentaban heridas y le adjudicaron esos muertos al corazón, por infartos, por sustos o por derrames cerebra les por ejemplo, o alguna cosa por el estilo. Pero de todas maneras, el número era tan impresionante que el asunto comenzó a inquietar a varios médicos entre ellos a Cannon ‘y a algunos gobiernos también. Finalmente descubrieron que eran en efecto, muertes de terror, pero no de infarto, y se encontraba cerca de esos cadáveres algún fenómeno que generalmente podría explicar que habían llegado a considerar la muerte como inevitable. Por ejemplo, una bomba que no explotó, era muy frecuente, esas bombas silbantes desde la primera guerra mundial que caían con gran estrépito y, naturalmente, aquellos que estaban alrededor, al pie de donde caía una bomba de esas, se daban por muertos y se morían.
Cannon hace una explicación fisiológica supremamente interesante, que no puedo repetirles sino fragmentariamente. Según los estudios que él hizo, el miedo y la rabia son dos respuestas orgánicas que tenemos en situaciones límites. La rabia nos prepara, al menos al comienzo, para el ata que y el miedo, nos prepara para la fuga. Cuan do se presenta. para simplificar, un miedo muy fuerte y no hay la menor posibilidad de fuga ni siquiera simbólica, como le ocurre al primitivo que es condenado por un chamán en cuyos pode res él mismo y toda la tribu cree y que vive en una sociedad de la que no tiene salida porque para él es el centro del mundo y el único mundo concebible, y cuando ese mundo lo excluye por que al excluirlo el chamán todo el mundo lo considera un muerto —no lo miran y pasan cerca de él y no lo miran porque no existe, porque ya lo destruyeron simbólicamente— entonces lo destruyen realmente. El miedo que le da le produce unos efectos circulatorios que son fatales en pocas horas. Es un ataque de terror mortal. Esto ya les permitirá comprender, ya que no es una sola sociedad donde esto se ha visto, sino en muchas; es uno de los fenómenos a que me refiero, que estas sociedades no necesitan un órgano policivo para afirmar su legalidad ni para castigar el delito, porque el delito y el castigo son en esas sociedades prácticamente la misma cosa. El delito, es decir, la violación del tabú, la infracción de la norma tabú, es una infracción que inmediatamente pone fuera del juego social a quien la realiza y ese castigo es a veces mortal.
La sociedad es un conjunto de intercambios, intercambios lingüísticos, intercambios económicos, intercambios sexuales que dan las reglas del parentesco. Cuando una persona se descontinúa de esos intercambios en conjunto, produciendo la desintegración de su personalidad social, también se producen efectos irreversibles en su persona física. Precisamente el mismo hecho que él realiza lo descontinúa. En nosotros, en cambio, en una sociedad dividida en clases, en grupos, con diferencias de todo tipo, si nos desintegramos de una clase nos podemos integrar a otra, y si nos echan de un partido nos podemos meter en el partido enemigo. No nos pueden descontinuar. Hay fenómenos mucho más interesantes que ese, y es que en el momento en que cometemos un delito en una sociedad como la nuestra, con ese delito se puede perjudicar a alguien y beneficiar a otro, por ejemplo, al que lo comete, si es un hurto; y no tiene esa figura de delito primitivo que rompe los fundamentos de una existencia colectiva. En la sociedad primitiva, en cambio, la ley es una ley poderosísima, es una ley primera y primitiva, una ley que como toda norma que sea verdaderamente universal no requiere una coacción especializada.
Sólo son coactivas en forma especializada aquellas normas que no son realmente universales y nosotros tenemos unas que no necesitan ser coactivas porque son realmente universales y hasta son muy complejas, por ejemplo, las normas gramaticales: el código entero e inmenso que es el lenguaje, es un conjunto de normas. Pero no hay ninguna policía que lo meta a uno a la cárcel o lo persiga si rompe una de esas normas, porque como es una norma universal, el perjudicado es el que la rompa. Nosotros tenemos interés en obedecer este tipo de ley, en emplear este tipo de ley aunque sea para insultarnos, aunque no tenemos intereses comunes. Por lo tanto, no se necesita de ningún policía que le esté advirtiendo a uno que no debe decirle a la lámpara “papá”, sino lámpara, y a la silla “mamá”, sino silla, porque si lo dice así el perjudicado es uno. Eso lo sabemos todos sin necesidad de que ninguna coacción, como un cuerpo especializado, se lo imponga y no se le necesita imponer porque es una norma universal, porque es una norma que consulta intereses universales, que es válido para todos porque va en interés de todos; en la vida social de una sociedad dividida en clases, las normas que real mente podemos considerar universales son muy pocas, son poquísimas y toda la otra parte de la legislación que en realidad no funciona en interés de todos los miembros de la sociedad tiene que ser coactivamente impuesta, por ese mismo hecho, porque no funciona en interés de todos los miembros de la sociedad. La norma puede decir que sí, pero no funciona así. Eso es lo que todo el mundo sabe desde hace muchos años, que las normas que predican una universalidad como válidas para todos, dada las circunstancias reales, no funcionan así. Decía Anatole France, creo que era prohibido a ricos y pobres dormir bajo los puentes: nuestra legislación es universal sólo en ese sentido. Esas son normas que indican una coacción, una figura coactiva.
En el delito nos encontramos con dos tipos de transgresiones: Primero, los actos o las tendencias que se refieren a las normas primitivas esenciales y que son autodestructivas y, segundo, con otras que son de muy diverso tipo, pero que son actos en los cuales la persona se afirma y simplemente desde afuera se le opone una fuerza, por ejemplo, ocupación de tierras ociosas por campesinos sin tierra. Los campesinos seguramente no se sienten culpables ni mucho menos, por haber ocupado y trabajado la tierra de un terrateniente. Ese no es un delito que tenga nada que ver con el sentimiento de culpa ni con la violación de normas interiorizadas como las que todos tenemos, sino que es un choque con una fuerza externa que defiende intereses ajenos y opuestos a los del campesino. Por lo tanto, no podemos trabajar con un concepto como el de delito si le damos una aplicación tan vasta; si llamamos con el mismo nombre la ruptura de una norma interiorizada, la ruptura de la prohibición del incesto, el delito primitivo y primordial, por ejemplo, el parricidio, y al mismo tiempo una serie de actos que no tienen nada que ver con una norma interiorizada, y que se presentan en juegos de intereses económicos opuestos: es abusivo emplear la misma palabra para designar fenómenos tan diferentes, que tienen mecanismos diferentes de funcionamiento. Y no hablo de las leyes en el sentido en que se habla de las leyes en las ciencias que funcionan por razones distintas, que tiene por motivo suposiciones y causas, por tanto, series de causas completamente diferentes.
Las teorías de la delincuencia, del psicoanálisis en particular, y la psiquiatría en general, no tienen mayor cosa qué hacer cuando la delincuencia es de tipo político-económico como la ocupación de tierras o la oposición a los intereses de otra clase que no tiene nada que ver realmente con la delincuencia. Esa delincuencia, esa llamada “delincuencia”, nada tiene que ver con el psicoanálisis y no puede ser objeto de estudio psicoanalítico en el sentido de que todo poder establecido considera como delincuencia a la oposición extra legal, es decir, la que se opone a él fuera de los límites que él mismo le asigna. Por supuesto, esa “delincuencia” tildada de tal y señalada política- mente, si uno es un científico, no podrá aceptar que el objeto de estudio proceda de fuera de su ámbito científico. ¿Cuál es el objeto que estudio yo? el que me diga en general: “quién está en el poder”, no puede ser. En general quien está en el poder puede designar como delincuentes a los que ayer considerábamos como prohombres, como ha sucedido en más de un país de América Latina.
De manera que debernos reducir la delincuencia a una problemática más pequeña para poder estudiarla desde un punto de vista psicoanalítico. Digamos esto: un delito es una trasgresión de normas que quien las transgrede reconoce como válidas. Reduzcamos, el asunto a este punto, porque si uno combate una norma, la transgrede si puede, precisamente porque es una norma que no reconoce. Este es otro fenómeno que precisamente no plantea problemas p sicoanalíticos, puede ser un problema político muy interesante, un problema sociológico interesantísimo, pero precisamente no plantea problemas psicoanalíticos y, en cambio, sí sería muy peligroso que el psicoarialista se tomara el derecho de estudiar esos problemas como su propio objeto como lo hacen algunos “psicoanalistas” reaccionarios, no poco frecuentes. Por ejemplo en Norteamérica, es muy frecuente hacer esto, y allí hay instituciones donde el izquierdista es considerado desde un punto de vista psiquiátrico y se estudian ciertos problemas de las células cerebrales, sus neuronas, etc. Si, hay una institución de ingeniería humana, ese es un título nada bello, ¿qué hace eso?
El tipo de delito con el cual el psicoanálisis tiene que entenderse, es pues, este: la transgresión de normas que quienes las transgreden reconocen como válidas. Ese es un fenómeno sin embargo, frecuentísimo tanto en nuestras sociedades modernas como en las primitivas y sus interesantes consecuencias históricas han sido estudiadas, primero por Nietzsche, que de manera genial logró tomar algunos vistazos de los fenómenos más importantes que hoy estudia la antropología. Luego, ese fenómeno ha sido estudiado principalmente por Freud y los antropólogos modernos y algunos otros psicólogos, entre ellos el trabajo del doctor Lacan sobre psicoanálisis y criminología. Vamos a estudiar, pues, el delito y el psicoanálisis en esa perspectiva, en la medida que el estudio de las sociedades primitivas, de las que hice una pequeña introducción, nos ayuda a comprenderlo, y en la medida de que se trata de una delincuencia en la cual el delincuente rompe una norma que reconoce, sólo en ese sentido lo estudiaremos.
Es conveniente que prevenga al lector de una peligrosa tendencia en el empleo del psicoanálisis al tratar los problemas de la criminología. Es una tendencia que se ha desarrollado en algunas de las muchas escuelas que se construyeron después de la muerte de Freud, más o menos bajo su inspiración pero alejándose a veces de los puntos esenciales del pensamiento originario. Esa tendencia a que me refiero es la que consiste en volver, después de un rodeo tan largo como es el psicoanálisis, a plantear teorías sobre el delito, que se habían formulado mucho antes y que habían sido descartadas en el mundo moderno, por ejemplo, teorías sobre el carácter innato del delincuente. En este caso se la formula como una irrupción de instintos, de instintos ideales que superan las barreras morales de la persona y se realizan en conductas delictivas. Esa posición en realidad, no difiere mucho, a pesar de que emplee vocabulario psicoanalítico, de algunas de las doctrinas más burdas que sobre el tema de la delincuencia se han formulado hasta ahora, especial mente en las doctrinas orgánicas o biológicas. Al fin y al cabo nos plantea una concepción del delito como resultado de un proceso fundamentalmente hereditario, o de un factor hereditario combinado con algunos elementos de la vida social actual, especialmente con el hecho de que en determinadas personas por alguna razón, los frenos morales que impiden la acción de los llama dos instintos criminales son tan débiles, que son superados por esos instintos.
Tanto el fundador del pensamiento psicoanalítico, Freud, como sus grandes seguidores en esta materia de la delincuencia corno Alexander, Reik, María Bonaparte, Lacan y tantos otros que constituyen la corriente propiamente psicoanalítica en el tema de la delincuencia, están todos de acuerdo en un punto del que debemos partir para evitar equívocos posteriores. El pensamiento de Freud si algo nos aporta, es precisamente una convicción de que no existe nada en el hombre que podamos denominar instintos criminales, y voy a exponer por qué el pensamiento de Freud es completamente antagónico al mismo concepto de instintos criminales.
Todos sabemos que el instinto es una disposición hereditaria. Ahora bien, la conducta humana es con mucha frecuencia una conducta criminal y en una forma muchas veces peor que la conducta de las especies animales. Por ejemplo, consideren a los carniceros. Ya muchos autores han hablado de eso y han dicho que aquella frase que dice “que el hombre es un lobo para el hombre” es una calumnia para con el lobo; en efecto, las formas como se ejerce la criminalidad humana, la fenomenología del delito que podemos estudiar, muestra que está vinculado funda mentalmente a perversiones sexuales y aberraciones personales que se gestan en nuestra vida y que no son en modo alguno dispositivos hereditarios. Así, por ejemplo, el examen en clínicas de una gran cantidad de criminales permite mostrar que el crimen coincide —casi siempre, si el examen es suficientemente atento— con algunas formas de perversión, de aberraciones sexuales diría Freud. Ahora sabemos todos que esas formas son fijaciones de nuestra libido en un momento de nuestro desarrollo, fijaciones que proceden todas de alguna perturbación en nuestras relaciones con el padre, la madre o los hermanos. Por lo tanto, en ningún caso podemos tomar como un elemento hereditario instintivo algo que precisamente es adquirido y ya sabemos, después de la teoría de Freud, que todo aquél que trate el problema deberá consultar ‘LOS TRES ENSAYOS PARA UNA TEORIA DE LA SEXUALIDAD’, uno de cuyos ensayos se llama “Las aberraciones sexuales’ Ya sabemos sus causas y su mecanismo y se han tratado miles y miles de casos, pero ¿qué sabemos de las aberraciones sexuales?
Una de las cosas que sabemos es que son sociales hasta tal punto que prácticamente no se dan en el mundo animal. No hay animales fetichistas, no hay siquiera homosexualismo en los animales, sino puramente ocasional y como sustituto de una relación heterosexual, pero no como preferencia. No hay ninguna de las otras perversiones de que ustedes habrán oído hablar o visto en muchas películas en que se expone el masoquismo, el sadismo, etc. Nada hay de eso en el mundo animal. Precisamente lo que supuestamente tendríamos de instintivos sería, entonces, nuestra animalidad, según aquellas teorías, pero es eso lo que no hay en el mundo animal.
Es que en la configuración de nuestra vida se monta un determinado mecanismo simbólico, como son los fetichismos y todas esas otras perversiones que impiden que tengamos un objeto sexual fuera de las contradicciones que la aberración impone. El hombre se diferencia precisa mente de los animales en que no se relaciona sexualmente por medio de un mecanismo dado en estímulo-respuesta teniendo ya su objeto instintivamente logrado de antemano, predeterminado. Por eso el hombre es un ser cuya vida sexual es mucho más variada. Puede manifestar su objeto o inhibirlo del todo, pasar a la impotencia psicógena o puede entrar en una serie de estructuras desconocidas por el mundo animal. Por lo tanto, si algo nos separa de los animales es precisamente esos rasgos de nuestra vida y no hay nada más torpe y más opuesto al pensamiento freudiano que tratar de construir, precisamente con base en el psicoanálisis, la idea de un instinto criminal, una idea completamente absurda si uno la compara con el pensamiento de Freud y, por lo tanto, no tiene relación alguna con él.
Esas ideas gustan mucho por ciertas razones que no se necesita ser muy malicioso para comprender. Lo mismo ocurrió con algunas de las ideas de los positivistas sobre los riesgos hereditarios que determinan el delincuente y la prostitución, todas esas tienen como ventaja para el orden establecido, que absuelve a la sociedad de producir esos fenómenos y queda muy claro que si es un fenómeno biológico hereditario no es un producto de la estructura de la sociedad, no es un producto, por lo tanto, de las relaciones sociales y no puede ser superado variando las relaciones sociales, por que si no varía las clases no modifica con ello seria mente a los determinantes biológicos. Entonces, eso es un pensamiento que está destinado por una ideología generalmente racista, que combina muy bien con el fascismo, aunque el fascismo le precedió en Italia; está destinado a justificar una sociedad en la que existen fenómenos que ella produce por la estructura familiar que engendra, por las situaciones económicas que la caracterizan. En esas doctrinas del determinismo biológico se presentan como ajenas a la estructura de la sociedad los problemas que esa sociedad produce: las aberraciones, la prostitución y todo aquello.
Hoy ya sabemos suficiente, inclusive por la simple experiencia histórica, que esas teorías han sido refutadas ya, no sólo por la ciencia sino también por la realidad. Sabemos cómo cambian las sociedades en cuanto a la delincuencia y a la prostitución, cuando cambia el régimen social. Lo que ocurre es que hemos adquirido, desgraciadamente, en una forma muy difundida, la costumbre de mantenernos en la pura hipocresía moral que consiste en combatir incansablemente la prostitución con sermones que se han pronuncia do en todos los púlpitos, durante quinientos años, pero al mismo tiempo, teniendo por sagradas las causas de ese fenómeno. Esas si no se combaten, son sagradas, son parte de los derechos naturales y divinos del ser humano. Entonces llegamos a la situación a que llegan los países donde no se practica más que ese tipo de combate, combate sobre los efectos, como en España, por ejemplo, donde ciertamente se han pronunciado bastante más sermones contra la prostitución que en Rusia, donde casi no existe ya.
Es importante dejar en claro este punto: el psicoanálisis no tiene nada que ver con ningún determinismo biológico, ni es posible apoyarse en el pensamiento psicoanalítico para volver a construir una teoría como los llamados instintos criminales del hombre, más agudos en unos que en otros. Dejemos ese punto y pasemos a otro que es muy importante.
He tratado antes, que al aceptar el pensamiento psicoanalítico, el aceptar una doctrina como la del determinismo psíquico, generalizando como lo dijo Freud y como lo repitieron Alexander y todos los demás que sobre el tema han tratado, sacamos una consecuencia inevitable, inmediata, y es que al mismo tiempo que la idea de la culpa queda ciertamente destruida, también la idea del castigo debe ser abolida. Después que dejamos de lado la idea del concepto del libre albedrío y con él el de culpa, en consecuencia, los conceptos de castigo y de pena deben ser igualmente dejados de lado, como conceptos que proceden y han sido simplemente adaptados al derecho directamente del mundo de la religión y del pensamiento religioso sobre el pecado. Entonces, el problema del castigo debe ser tratado de nuevo en otra forma y creo que el psicoanálisis ha hecho un aporte muy notable al tratamiento de esta idea. El primero que la inauguró fue igualmente Freud en su obra ‘TOTEM Y TABU’.
El castigo es un fenómeno que tiene orígenes que no debemos olvidar porque son muy esclarecedores de su significación actual. La primera forma o primera idea del castigo es la figura de la expiación. Encontramos muy frecuentemente en la conducta religiosa de los pueblos que tienen religiones primitivas, el adjudicar a un ser, que puede ser uno de los del pueblo o puede ser un animal, todas las culpas de la comunidad y luego expulsarlo al exterior o despedazarlo o sacrificarlo según los diversos ritos. Es el chivo expiatorio, el chivo emisario. Esa es una de las prime ras figuras del castigo, figura que no tiene relación alguna originalmente con la conducta de la persona que sirve de emisario; no se trata que en algunas partes la persona que desempeña ese papel haya hecho tal o cual cosa, sino que es una función que la mentalidad del grupo considera necesaria, dentro de determinado ciclo: limpiar nos de culpas, y alguien debe cargar con ellas para que no pesen sobre todo el grupo, para que el grupo pueda ser aliviado de la culpa. Esa es de las figuras más primitivas de la idea de castigo, expiación, expulsión, exorcismo.
También se castiga para extraer algún demonio del cuerpo de aquel a quien se castiga. Todavía en el tiempo de la edad media la idea de exorcisar predomina en una forma de juicio que se llama la Inquisición, que tiene como resultado un castigo concreto. Y la vía del exorcismo todavía predomina en el siglo XVI. Sólo después fue superado este problema. Pero antes de que concibiéramos la historia como historia, había una creencia sobre ella y no sólo un silencio al respecto. Era una concepción de la historia como brujería, y un tratamiento por medio de la tortura y d quemar viva a la persona, se usaba para curarla. Esa es otra concepción del castigo: el castigo como medio para extraer el mal, para exorcisar.
El castigo también tiene otra concepción más clásicamente conocida y más burda, que es la de u venganza: en las leyes primitivas, la pena del talión, ojo por ojo, diente por diente; se compren de directamente esta última modalidad como la más formal.
Esas son las figuras originarias del castigo, d la concepción del castigo que no son tan originales ni tan lejanas a nosotros. Siempre hay muchos fenómenos muy modernos que podemos estudiar y en los cuales volvemos a encontrar la antigua concepción del castigo. Por ejemplo, consideren ustedes por un momento, al racismo tal como s produjo entre los alemanes en la época de 1933-1946. El antisemitismo que allí dominó y que con dujo a una masacre colectiva, como todos sabemos, era un fenómeno bastante curioso y muy digno de ser estudiado con mucho cuidado y, en realidad ha sido estudiado, no sin cierto cuidado por fortuna. La concepción que allí operó es un procedimiento muy similar al mecanismo que les acabo de describir: el procedimiento primitivo del chivo emisario. Por medio del antisemitismo se trataba de hacer lo siguiente: expulsar todas las contradicciones internas del pueblo alemán y traducirlas todas a una sola contradicción racial entre los alemanes y los judíos. Así, lo que era contradicciones internas se desplazó, como diría Freud, hacia una contradicción externa. En lugar de las contradicciones de clase, de grupos, de ideas una contradicción de raza, y en lugar de dispersión y de las contraposiciones en el seno del pueblo alemán, una unidad mítica por contraposición a otros pueblos, a otros estados y a otras razas. Entonces, mágicamente se puede suprimir todo el problema con la supresión de los judíos, denominada por los nazis la solución final. Eso todavía es la misma estructura mental que rige a los primitivos que encargan a alguien de salir destrozado y llevarse consigo las culpas de la comunidad inocente. Por lo tanto, los fenómenos que determinan el origen del castigo y la idea del castigo siguen siendo supremamente atávicos y antiguos, de tipo semimágico y semirreligioso. Generalmente ya la religión interviene en esas formas. Son fenómenos que no por antiguos están alejados de nuestras sociedades modernas, no están erradicados ni mucho menos; si los vemos más claros en las sociedades antiguas, eso no quiere decir que estén erradica dos en las sociedades modernas, y si nosotros pudiéramos pensar otro rato sobre ese problema allí donde todavía existe con harta virulencia como en el sur de Norteamérica y en general en los Estados Unidos, podríamos ver cómo algunos psicoanalistas lo han hecho y también otros teóricos, —fenómeno terriblemente atávico y supremamente interesante— avanzaríamos un poquito más sobre lo que significa el castigo.
Un fenómeno que podría parecer curioso a primera vista a quienes no tengan cierto entrenamiento en esta clase de problemas, es el racismo nazi. No digo mejor ni peor, sino un poco diferente por su funcionamiento. Las regiones donde se ha desarrollado son precisamente las regiones donde se establecieron las poblaciones más puritanas, los quáqueros, quienes vinieron con las ideas morales más exageradas, y diríamos nosotros para simplificar, con las más fuertes formas de represión en aquella época, con una ética del ahorro desarrollada como ninguna otra; ahorro de placer, ahorro de disfrute, ahorro de dinero y todo para la inversión, para el futuro. Precisamente esta gente super-reprimida desató una furia que ha terminado tantas veces en el linchamiento contra la población negra, e inventó un personaje completamente inexistente en el sur de los Estados Unidos. Ese personaje es el negro del racismo norteamericano, un personaje incendiario, violador de mujeres, desatado animal, de una sexualidad sin ningún control.
En realidad, el negro del sur de los Estado Unidos, hasta hace poco, era un hombre que había, desgraciadamente, interiorizado mucho la opresión de la esclavitud y su figura contrastaba curiosamente con la imagen del negro en la mente del racista, porque era ese negro del que ustedes han oído las canciones del “Negro Spiritual”, esas canciones de tristeza y sumisión, el negro de la más compleja interiorización religiosa, de una religiosidad similar aunque más profunda que la de sus amos. Era pues, digámoslo así, un hombre que había interiorizado la opresión de una manera muy visible como lo manifestaba todo su folklor. Pero el racista veía en él lo contrario, la animalidad desatada, el deseo incontrolable, la capacidad de violar y de incendiar. ¿Por qué veía en él eso? Freud respondería: porque lo proyectaba. Porque lo reprimía por medio de un mecanismo de ultra-represión en sí mismo, con toda su violencia, su sexualidad, su agresividad; lo que tenía en sí mismo reprimido y condenado al silencio, lo proyectaba y lo veía en los otros. Se le aparecía bajo la figura de los negros y por eso los blancos crearon toda una mitología sexual, una mitología incluso delictiva, y convinieron en protegerse así mismos contra el enorme peligro que constituían los negros. Ese mecanismo es un mecanismo de crimen o de castigo. Cuando una comunidad como los nazis o los blancos del sur de los Estados Unidos tienen el poder y leyes represoras y los ejercen: ¿es un castigo o es un crimen? Este concepto de castigo no se opone tanto al de crimen, como se suele creer. Son dos conceptos muy hermanos. Hay muchos castigos que son crímenes colectivos, y hay muchos crímenes que son castigos privados, de manera que su oposición es mucho menor de lo que se cree.
Cuando uno examina con cierto cuidado la idea de castigo, se verá que contiene rasgos de mentalidad simbólica y de necesidades neuróticas colectivas. Por eso es difícil aún en un mundo tan impregnado de pensamiento científico y determinista, erradicar esa idea, y sin embargo, ningún tratamiento de los problemas que plantea el delito podrá llegar a ser científico mientras no se comience por erradicar primero la idea de castigo; idea que es en sí misma esencialmente anticientífica y se funda en toda una cadena de ideas similares; en la idea de libre albedrío, en la idea de culpa, etc. una cadena de ideas que se defiende con el muy prestigioso concepto de libertad, concepto que es aplicado en este ámbito, como es aplicado en el ámbito religioso, para formular como decía Nietzsche, la extraña idea de que el hombre es causa de sí mismo, de que él es al mismo tiempo el producto de sus actos y la causa de sus actos; que es un ente, un ser causa sui. Idea contradictoria en realidad, pero que procede de la necesidad de hacer que las víctimas de un determinado estado de cosas puedan considerar que la causa de su situación son ellos mismos. Es una idea práctica porque modifica la dirección del resentimiento —dice de nuevo Nietzsche— por que el resentimiento que debían tener aquellos que han sido desalojados de todo y larga mente oprimidos, deben, según la idea de libertad, volverse sobre sí mismos. “Sí, es cierto, viene a decirles el padre”, dice Nietzsche, “alguien debe tener la culpa de su situación. Es cierto hijo mío, que alguien la tiene. Ese alguien, eres tú mismo. Castígate, arrepiéntete’ Así, en lugar de buscar las causas sociales y las formas de determinación de la conducta como la manera más expedita de tratar los problemas, convierten esa ideología en una fuerza de estabilidad de la sociedad. Producen una duda de libertad que, como dice !de nuevo Nietzsche, no es más que una metafísica de verdugos, una justificación metafísica del castigo, del castigo como expiación y como venganza de un conjunto social amenazado con una conducta cualquiera, de cualquier tipo.
Quería decirles entonces, que el psicoanálisis —para que nos aproximemos a esta elaboración— es en sí mismo incompatible con la idea de una determinación biológica del delito, con la idea del instinto criminal, y es igualmente incompatible con la idea de castigo y todos sus aditamentos; sólo cuando limpiemos el campo de esos dos conceptos, podemos empezar a abordar el tema de nuestro propio territorio sin el temor de que lleguemos a confusiones con doctrinas, tendencias y conceptos que son en su estructura, ajenas e incompatibles con el pensamiento psicoanalítico.
El aporte del psicoanálisis a la criminología consiste fundamentalmente en la presentación de una nueva forma de explicación de los actos humanos. Por lo tanto, no se puede estudiar el aporte del psicoanálisis a la criminología si no se estudia simultáneamente la teoría psicoanalítica propiamente dicha. Es necesario, es indispensable para conocer el aporte del psicoanálisis a la criminología, conocer los elementos esenciales de la teoría psicoanalítica. Es esencial conocer lo que solemos llamar la estructura psíquica o la teoría típica de las tres instancias: ello, yo y super-yo; las relaciones que guardan entre sí y la composición que tiene cada una, su estructura, porque sobre esas tres instancias finalmente configuró Freud la teoría del acto humano y la teoría del carácter. Por lo tanto, nadie puede ahorrarse ese trabajo si quiere conocer realmente el aporte del psicoanálisis a la criminología. Pero, como aquí el propósito es hacer apenas una presentación del tema, voy a tratar de exponer en una forma más directa cuáles son los puntos esenciales en lo que el psicoanálisis ha abordado directamente los temas de la criminología.
Precisaré algunos aspectos que son muy importantes y el lector los podrá completar luego con otros estudios en la, medida que se interese por el tema. Podemos sintetizar de la siguiente manera:
En primer lugar hemos considerado el tema del delincuente por sentimiento de culpa. Expliqué brevemente el mecanismo que había descubierto Freud a ese respecto. Otro aporte directo de Freud lo encontramos en el mismo texto don de él hace exploraciones de caracterología; es un pequeño estudio que lleva por título ‘LAS EXCEPClONES’ y que resumiendo consiste en lo siguiente: Freud encontró en muchos de sus pacientes, y también en la literatura, un tipo de carácter que tiene una particularidad curiosa y es que parece considerar que aunque las normas y las leyes y los frenos morales son válidos en general, no lo son en su caso. En su caso constituyen una excepción. Esas gentes se pueden permitir una serie de actos que condenarían en otros, y es un tipo de carácter que, por simple descripción que se ha hecho de él —como ustedes se imaginan— está continuamente en el umbral de la delincuencia. La exploración que Freud lleva a cabo sobre esas personas que manifiestan al mismo tiempo una aprobación de la ley en conjunto, pero consideran a sus propios casos como excepciones, conduce a un rasgo que todos presentan en común y es que todos ellos creen haber sido víctimas. A menudo es un sentimiento inconsciente de una injusticia originaria que los dispensa de entrar en el orden que es válido para aquellos que no fueron originariamente víctimas de una tan grave injusticia. Esto se ve, por ejemplo, en esas gentes que acusan como culpables a sus padres de alguna enfermedad de tipo hereditario o congénito que tienen y conciben como una grave injusticia que les deparó el destino. Por lo tanto, las normas que originariamente sus padres les dan, no son interiorizadas por ellos, y en realidad son rechazadas y reclaman continuamente el derecho de cobrarse esa injusticia. Freud, nos cita al comienzo de su estudio, el caso de Gloucester en ‘RICARDO III’ de Shakespeare, cuando Gloucester se presenta en un monólogo en el que dice:
“… Pero yo, que no he sido hecho para los juegos placenteros ni formado para poderme admirar en un espejo; yo, cuyas rudas facciones no pueden reflejar las gracias del amor ante una ninfa traviesa e inconstante; yo, a quien la caprichosa naturaleza ha negado las bellas proporciones y los nobles rasgos, y a quien ha enviado antes de tiempo al mundo de los vivos, deforme, incompleto, bosquejado apenas y hasta tal punto contra hecho y desgraciado; que los perros me ladran cuando me encuentran a su paso.., si no puedo ser amante y tomar parte en los placeres de estos bellos días de felicidad, he de determinarme a ser un malvado y a odiar con toda mi alma los goces frívolos”.
Freud cita este texto y pasa inmediatamente al análisis de por qué aquel personaje, Gloucester, tan contrahecho y moralmente tan pervertido, tan fríamente capaz de asesinatos y de conspiraciones, sin embargo, es un personaje que para nosotros tiene una validez artística y dramática muy honda. Y comenta Freud, es porque el artista supo hacer ver el mecanismo profundo de la vida de Gloucester y de sus reacciones, y supo con ello iluminarnos una parte de nuestro ser; no hay ninguno de nosotros que no tenga o crea tener algo de qué quejarse del destino, de la suerte, del azar y no trate de disculpar con ello algo que no puede justificar. Por lo tanto, es un personaje que como todo personaje que realmente vale la pena ver, habla a una zona de nuestro ser, porque Freud dijo del teatro algo más o menos inverso de lo que dijo Aristóteles, quien decía que el teatro nos emociona porque nos permite, por una identificación con los personajes que allí vemos, la catarsis; es decir, vivir una serie de cosas y descargarnos de ellas. Freud pensaba más o menos lo contrario: el teatro nos con mueve y nos enseña tanto, porque nos permite el acceso a ciertas cosas que somos y que desconocemos, porque nos permite el acceso a ciertas zonas de nuestro ser. Freud dice eso en un estudio muy notable que se llama “Personajes Psicopáticos en el Teatro”
En este caso de Ricardo III, Freud muestra que Gloucester está originariamente herido y por eso no ha podido configurar lo que llamamos un super-yo, lo que le impida pasar al acto que coaccione sus propias tendencias, es decir, una interiorización de las normas; porque aquellos que primero le dieron sus normas son tildados por él de culpables una desgracia de la que él es inocente. Tenemos, pues, en el umbral de la delincuencia, un nuevo personaje que Freud denomina la excepción.
Un tercer personaje muy conocido de los analistas freudianos, es el estafador. La psicología del estafador ha sido estudiada por varios analistas, primeramente tal vez por Ferenczi y Karl Abraham quienes estudiaron largamente dos casos. El caso de Abraham, tuvo luego una curación espontánea por un matrimonio acertado, porque hay muchas curaciones espontáneas tanto en criminología como en la neurosis.
Por otra parte, la señora Gaenacre en un libro que se llama ‘PSICOANALISIS DE LA CREA C ha hecho un brillante estudio de la psicología del estafador a propósito de una obra muy conocida y extraordinariamente bella de Thomas Mann, que se llama ‘CONFESIONES DEL ESTA FADOR FELIX KRULL’. Allí Thomas Mann nos presenta un estafador, y tiene la curiosa ocurrencia artística de presentarnos un hombre que se disfraza de conde y anda por el mundo haciendo toda clase de improperios con una enorme habilidad y una extraordinaria sensibilidad, como una imagen del artista. Es precisamente la última de las presentaciones del artista que Thomas Mann nos ha hecho en su obra. La última imagen del artista que nos da Thomas Mann, es la del artista como estafador. Fenómeno, supremamente curioso. El estafador es considerado allí como una persona que no afirma, que no se identifica con un yo socialmente establecido, y que calificado por todos los asociados en una función determinada, con un conjunto de deberes que cumplir y de derechos a que acogerse, es una persona que puede darnos mucho más de lo que es su deber; nos puede dar una gran cantidad de cosas: obras, composiciones musicales, libros, aportes a la cultura que nadie le podría decir a nadie que tiene el deber de dar. Digámoslo así: que puede precisamente darnos todo aquello que no es su deber de dar, pero que no suele tampoco estar en posición de que nadie le recia me otras cosas que sí son sus deberes. Entonces, ustedes siempre lo ven un poco desintegra do, desadaptado, y por otra parte, haciendo siempre más de lo que debe y no haciendo lo que debe. Ese personaje curioso, pero tan conocido, del artista, es presentado como un estafador y Thomas Mann hace allí un brillantísimo estudio sobre los orígenes del carácter del estafador que aquí podemos reducir a lo siguiente: la imposibilidad de identificarse con un yo y la necesidad de disfrazar con otras personas, con otros nombres, con otros oficios, a los que realmente tiene, si tiene alguno. Se trata de esa extraña habilidad que tiene el artista de pasar a desempeñar muchos papeles, aunque no sea un dramaturgo; tiene que estar habitando continuamente en otras sensibilidades y otras situaciones para poderles dar vida. Pues eso, todo procede de una dificultad originaria de identificarse con su padre. Esa identificación con el padre o con un sustituto del padre, es una muy importan te necesidad de estabilidad y fortalecimiento del yo, para decirlo en pocas palabras.
Thomas Mann nos hace ver una persona que puede desplegar grandes habilidades pero no las puede desplegar en su propio nombre. ¿Cuántos no tienen que cubrirse con su seudónimo? Incluso hay algún filósofo que iba cambiando su seudónimo sobre la marcha, como Kierkegaard, que tan pronto lo encontramos bajo un nombre, Johannes del Silencio, pasa a otro, Juan Campanero, y nunca nos lo encontramos como Kierkegaard. Después, tuvo que ser reconstruida toda su obra.
Pero hay otro caso aún más interesante, de un músico que pretendía ser de los más grandes eruditos en la historia de la música que ha tenido Europa. Se trata de Kroisler el violinista y compositor que en realidad no era tan erudito como pretendía pero era mucho más grande músico de lo que dejaba saber. Tan grande era que pretendía haber descubierto bellas obras de Vivaldi y Paganini para violín y en realidad las había compuesto él. Esas obras tuvieron enorme éxito en conciertos en todas las salas de Europa, hasta que se vino a descubrir la estafa. Es una estafa que en realidad sólo procede del anhelo de ser otro, de firmar otro, de no poder afirmar el propio yo y que no perjudica a nadie. Este caso nos al-roja luz sobre el carácter que luego han explorado los psicoanalistas
Aquí desgraciadamente no puedo reproducir todo este asunto pero les recomiendo el estudio de Phyllis Groenacre y el de Abraham, al que quiera profundizar un poco en él. El de Abraham está en una obra que se llama ‘PSICOANALISIS Y PSIQUIATRIA’ y el de Groenacre, en una obra que se llama PSICOANALISIS DE LA CREACION’ y ambas obras se consiguen en castellano.
Hay un caso de investigación psicoanalítica todavía más interesante y que tiene una importancia mayúscula para la criminología, para el estudio del delito, especialmente el asesinato y el homicidio en diversas formas, el caso que podríamos denominar —como alguien lo llamó alguna vez— la legítima defensa preventiva del paranoico. La paranoia es una psicosis o un momento le psicosis, que se caracteriza desde el punto de vista de la observación clínica por el predominio de delirios de persecución, de delirios de interpretación, de celos delirantes, y en ciertas oscilaciones, entre el crecimiento de la autoestima más allá de todo realismo y sucesivos hundimientos de la consideración del propio valor, tampoco nada realista. La paranoia es una enfermedad, desde el punto de vista del psicoanálisis, en que predominan los mecanismos proyectivos: es decir, la tendencia a proyectar las propias representaciones y los propios afectos inconscientes en los demás. El hecho de que el delirio persecutorio se organiza a espaldas de la conciencia en una forma tan clara, es lo que permite diferenciar la paranoia de un problema neurótico, porque el neurótico sabe que se encuentra mal y siente que su caso es un caso, aunque no puede superarlo por el hecho de darse cuenta de ello y aunque no conozca ni las causas ni los mecanismos de sus problemas; mientras que el proceso paranoico —y eso es lo que lo hace peligroso— se realiza enteramente a espaldas de la conciencia del sujeto. El hombre siente que encontrándose él muy bien, de la manera más injusta está siendo perseguido por gentes que lo odian a muerte, y graves repercusiones de su enferme dad se producen en la estructura de su personalidad. Hasta que todos empiecen a tratarlo como a un loco, y que su locura sea inocultable, él no puede aceptar que tiene un problema. Mientras tanto resulta, que su propia hostilidad inconsciente contra alguien, la proyecta, y precisamente porque la proyecta, concibe que es terriblemente odiado sin causa alguna, pero no es más que el odio que él mismo tiene y que ha proyectado en el otro. Sin embargo, el odio tal no existe en la dirección en que el paranoico cree que existe sino en la dirección inversa, y está reprimido y proyectado; pero hay una manera para que lo reprimido triunfe sobre lo que le reprime, y es que el paranoico —como se ha analizado en algunos casos muy interesantes— sintiéndose cada vez más perseguido, puede tomar medidas definitivas que consisten en la supresión del que lo persigue, y ha ocurrido en casos que han sido analizados de manera exhaustiva. Es pues, un fenómeno supremamente peligroso y mucho más frecuente de lo que se imaginan. Tal vez si tuviéramos los medios y los casos, podríamos llevar a cabo estudios de este tipo sobre algunos pasajes de nuestra violencia aquí en Colombia, en la que se produjeron tan tos fenómenos de difícil explicación, y tal vez, encontraríamos la legítima defensa preventiva del paranoico operando como uno de los mecanismos de la violencia. Este es uno de los fenómenos más interesantes para el estudio de ciertas formas del asesinato, que podemos llamar, las relaciones entre el crimen y los episodios psicóticos.
Dos muchachas del servicio que se habían mostrado siempre muy buenas, muy obedientes y no presentaban ningún síntoma raro, en un momento, terminaron matando a la señora y a la hija de la señora y vistiéndose sus ropas. Un psicoanálisis descubrió que fue un episodio psicótico. Un caso que es todavía más conocido y que ha sido objeto de largos estudios de varios psicoanalistas, es el caso de Madame Lefebvre, estudiado por María Bonaparte y por Franz Alexander; este caso también puede ser denominado como un fenómeno psicótico.
La señora Lefebvre era suegra de su víctima. Pertenecía a una pequeña burguesía puritana, moralista, terriblemente avara y muy tradicionalista, del norte de Francia. Esta señora de pronto resuelve comprar una pistola con el pretexto de que teme a los ladrones que merodean por su vecindario y va en un viaje en automóvil con su nuera y le descarga la pistola en la cabeza, produciéndole la muerte inmediatamente. Como no tenía ni el menor antecedente, naturalmente llamaron a un perito, que fue la doctora María Bonaparte, para que diera un diagnóstico. Muy sabiamente ella se negó a contestar el tipo de preguntas que le planteaban, porque eran preguntas que la teoría psicoanalítica critica como tales y por lo tanto no podía responderlas. Cuan do uno considera que una pregunta está dañada teóricamente en su misma formulación, uno no debe contestarla sino criticarla, y esto hizo la señora Bonaparte. A la pregunta: “Podía distinguir el bien del mal” no quiso responder. A la pregunta “Lo hizo de manera responsable, es decir fue intencional o no intencional”, tampoco responde porque no estaba interesada en esta pareja de conceptos. Entonces su peritación forense poco le sirvió a la señora. Al menos no la condenaron a muerte pero sí estuvo toda la vida presa. El hecho es que esta señora tuvo lo que suele llamarse un episodio psicótico, como lo demostró en un largo y muy brillante estudio María Bonaparte ese episodio había sido preparado con una gran cantidad de fenómenos de su vida, desde su más remota infancia, a la que se remontó el análisis de María Bonaparte. Había tenido una serie de problemas graves de personalidad. El primero de todos fue la relación que tuvo con su propia madre, relación en la que predominó la hostilidad y los celos, por el hecho de que la madre tuvo varios hijos posteriores y por el carácter mismo de la madre que surge muy claramente en el análisis. El hecho es que esta mujer vivió toda una serie de gravísimos problemas neuróticos antes de caer en este episodio psicótico. Por ejemplo, en el momento en que le vino la menopausia comenzó a enfermarse continuamente y pasó años de su vida con terribles dolores. Esos dolores eran hipocondríacos, y como el análisis logró mostrar, todo aquello no era más que la protesta por haber perdido la posibilidad del embarazo, porque ella vivía el embarazo como una recuperación fundamental, como una reparación esencial. Entonces, estaba viviendo embarazos neuróticos, histéricos, que son muy frecuentes. Incluso, hay neurosis que conducen hasta la sala de maternidad, por fallas de los que atienden a las señoras, toman una neurosis con suspensión de la mestruación durante los nueve meses con crecimiento del vientre, por un embarazo real, aunque todo eso viene de la cabeza. Pero en este caso, no llegó hasta allá la neurosis. Esta señora había convertido a su hijo en el esposo de su nuera, en el consuelo de su vida, pero naturalmente, un consuelo más profundo que el que suele decirse en las visitas. El consuelo de todos sus complejos infantiles, de castración —(porque las mujeres también lo tienen)— de pérdida irreparable. Lo había enfocado todo en su hijo, y en el matrimonio de su hijo. Como se podrán imaginar, no fue de su agrado por lo tanto, la noticia del embarazo de su nuera. Eso fue lo que desató el proceso psicótico en ese momento. En el momento en el cual esta señora llegó a tener la noticia de que su nuera estaba embarazada, inmediatamente descubrió que le daban miedo los ladrones y fue y compró un revólver. Ya el proceso estaba en marcha y tan pronto se con- firmó el embarazo —la nuera misma lo confirmó en palabras un poco duras para la suegra, diciéndole: “pues ya ve usted ahora qué lugar ocupo en su vida, y que tiene usted que contar conmigo”— la señora consideró que se habían sobrepasado todos sus límites y produjo el crimen, porque en ese momento un elemento fundamental de su mecanismo psíquico, como mostró posteriormente Alexander (María Bonaparte no alcanzó a ver ese problema) le falló. En ese momento cayó en un proceso de identificación consumada, y creyó hacer, a nombre de su madre, es decir, de lo que interpretaba y proyectaba en su madre, un acto que era el cumplimiento de un deber. Todavía en el proceso lo dice: “tengo la sensación de haber cumplido con un deber”. Ese acto es lo que se denomina un episodio psicótico. Claro que este caso no se puede estudiar sin, por lo menos, saber en qué consiste prácticamente la psicosis y cómo se diferencia de la neurosis. Por eso les digo que todos los aportes reales del análisis a la criminología, todos, dependen de que uno estudie lo fundamental del análisis.
Sin embargo, quiero seguir dando algunos ejemplos de estos aportes, con el fin de que el lector se interese y prosiga y no con el fin de que con esta simple información o introducción, vaya a quedar sabiendo de esto.
Otro aparte muy conocido es el estudio que también introdujo el psicoanálisis, de los actos simbólicos compulsivos que son muy frecuentes entre delincuentes, por ejemplo, la cleptomanía como acto simbólico compulsivo. Esta función simbólica impone la necesidad, la compulsión de robar, a gentes que no necesitan hacerlo y no se ve qué motivos puedan tener para tomar semejante riesgo y exponerse a un peligro gravísimo de quedar en una forma poco digna y hasta en peligros físicos reales. Sin embargo, lo hacen por una extraña compulsión.
Mientras uno no descubra el símbolo que en el caso de la persona tiene el acto de robar, no puede solucionarlo en absoluto, ni tampoco juzgarlo, por su puesto. Por lo tanto, recomiendo hacer alguna investigación a este respecto.
Hay otro que también es muy conocido y que resulta bastante más grave: es la piromanía como compulsión simbólica a quemar, y que por sus resultados, puede y suele tener consecuencias gravísimas. Es muy bueno, por tanto, estudiar también sus mecanismos, y ellos los pueden encontrar en muchas partes.
Por último, voy a hablar de otros dos aportes muy notables del psicoanálisis al problema de la delincuencia, y son los siguientes: el estudio de dos épocas de la vida humana en las cuales se pueden producir fenómenos de ese tipo, la adolescencia y el climaterio. Son momentos difíciles de la vida humana, como Freud lo supo mostrar brillantemente.
La adolescencia es un período en el cual ha terminado una etapa que solemos llamar la Latencia, una etapa después del Edipo, en la cual el niño entra a un largo período en el que sus deseos, hostilidades y temores hacia sus padres han sido ya finalmente reprimidos, y están sublimados en juegos, deportes y en sus preferencias. Es la edad en que el niño quiere afirmar su virilidad ya no imitando al papá sino siendo bombero, policía, aviador. Quiere buscar imágenes mucho más abstractas de la virilidad y de la autoridad y no ya la imagen directa del padre. La niña también entra en un período de formación de identificaciones y entra también en el juego como forma de competencia y de realización simbólica.
El período de Latencia va desde los seis o siete años —a veces desde los cinco— hasta que comienza la pubertad, cuando es necesario volver a encontrar los problemas que habían quedado en ese largo aplazamiento. En esa Latencia que tan bella y dulcemente, una historia infantil, trata como “el sueño de la bella durmiente”, antes del despertar de la pubertad.
Ese largo sueño es la latencia hasta que viene la pubertad, período en el cual la persona se encuentra en una serie de necesidades, las necesidades sexuales, esta vez, directamente genitales —una maduración orgánica, como decía Freud—, que precede a la maduración satial. El joven, el adolescente ya está maduro para el amor, para la sexualidad orgánicamente, pero no lo está social- mente. Para esto todavía necesita hacer más estudios o trabajar más y acumular más dinero para poder casarse, pero no se puede casar en ese momento, al menos en nuestra cultura. Entonces comienza ese largo período de desequilibrio entre lo que uno ve como maduración orgánica y de lo que uno no ve como maduración social. Así lo formuló Freud en el estudio ‘LA MORAL SEXUAL CULTURAL Y LA NERVIOSIDAD MODERNA’.
En ese proceso se producen además muchas cosas. Por ejemplo, la necesidad de encontrar un objeto para el amor, un objeto fuera de los dados ya, porque hasta entonces el objeto le era inmediatamente dado en la madre o sus sustitutos o sus símbolos, y además la sexualidad era en gran parte auto-erótica, polimorfa, con satisfacciones generalmente artística de las zonas erógenas, la boca, el ano, etc. Pero en la pubertad se plantea la necesidad de hallar el objeto, es decir, el objeto de una satisfacción erótica que no sea autoerótico sino heterosexual, para lo cual los adolescentes tienen graves dificultades porque nada los ha preparado para ello y muchas prohibiciones han pesado sobre el joven. Es el período de la timidez, que es peor que la timidez misma o la timidez vencida. Es el período de las dificultades, de encontrar el objeto, período en el cual el yo no está aún estructurado, y por lo tanto, la bisexualidad se manifiesta en las grandes amistades, en las amistades inseparables, entre los hombres y entre las mujeres. Es el período también en que el hombre se encuentra en un momento de no inscripción social. Se parece más al artista en ese momento, de lo que se parecerá nunca. Y está mucho más próximo, en ese momento, por eso mismo, a la poesía, al arte y también a la revolución, en el sentido más romántico. Luego entra en la “Edad de la Razón”, en la oficina, en el yo estructurado y pierde sus posibilidades y sus angustias. Adquiere tranquilidad y un poco de embrutecimiento funcional. Esto se llama la edad de la razón. Al pasar por ese período, pues, el hombre tiene graves problemas y uno de ellos es que además de estar más vecino al arte, a la revolución soñadora y más tímido también, está más propenso al delito, porque tiene mucho menos interiorizadas las normas, porque tiene muchos más conflictos de autoridad vivos y patentes que en otros períodos. Por eso el estudio de la adolescencia que el psicoanálisis abrió para nosotros es una gran ayuda en criminología.
Un hecho que todos conocen, la delincuencia juvenil, es un fenómeno de una gran importancia social. Un gran pensador moderno, el Dr. Lacan, decía a este respecto: ‘nos encontramos bajo el signo de un fenómeno colectivo, de un fenómeno de civilización de repercusión insospechada por nosotros, que es la decadencia de la autoridad paternal i la presencia de una nueva figura en la historia: el padre caído, el padre vencido, el padre que ya no puede encarar la autoridad, y esto ha desatado fenómenos colectivos insólitos “.
El otro período problemático, es el climaterio. El episodio psicótico que acabo de narrar es una ilustración del momento en que la persona pierde o abandona, o por una razón orgánica pierde las funciones sexuales que ha tenido. Es un momento de la vida que le plantea graves problemas inconscientes, porque todo lo que había puesto en ella, sabiéndolo y sin saberlo, es de nuevo soltado. Todo aquello que había servido para la realización o para la ocultación de ciertas tendencias, deja sin terminar muchas cosas y deja que empiecen a manifestarse muchas otras. El fin de la sexualidad de las mujeres aparte de la pérdida de la posibilidad de maternidad como una brusca irrupción, puede presentar en una persona graves trastornos de la personalidad, fundamentalmente en lo que Freud denominó, la regresión:
al no poderse realizar en la etapa genital de la vida, la persona puede regresar a una etapa anterior, por ejemplo a la etapa anal, y entonces puede retornar a lo que se denomina en psicoanálisis el sadismo anal, una etapa de la vida en la cual las figuras de la posesión y agresión eran determinantes de la conducta. Por lo tanto, esto puede presentar graves problemas. Fuera de los episodios psicóticos peligrosísimos, puede presentar también muy graves problemas neuróticos, relacionados con el dinero y la agresividad.
Quiero introducir un tema muy complejo que también abrió Freud en su obra ‘METAPSICOLOGIA’, último capítulo. Es el tema del suicidio que hace parte en cierto modo de la criminología. Pues bien, Freud mostró allí este primer elemento del juicio: el suicidio es generalmente una muy fuerte tendencia a una enfermedad psíquica que se denomina la melancolía o que algunos denominan la psicosis maníacodepresiva, cuyo cuadro clínico es el siguiente: la persona se encuentra muy bien, mejor que lo que debía, confiada y tranquila y un poco exaltada. Pero en seguida viene un período en el cual se siente deprimida y comienza, cosa típica de la enfermedad y rasgo que la caracteriza, el período de los auto-reproches. Persona que se sentía necesaria para la vida de la sociedad, comienza de pronto a considerarse como el ser más vil que pisa sobre la superficie de la tierra, como un ser indigno de estar vivo, y comienzan los reproches cada vez más fuertes junto con una gravísima angustia y un gravísimo dolor que termina psíquicamente en la auto-agresión y muy frecuente mente, si no se logra impedirlo, en el suicidio. Esta es la forma más manifiesta del mecanismo del suicidio, la forma en que puede ser estudiada de una manera más clara. Examinémoslo más de cerca: en ambos momentos, la exaltación y la depresión, hay una muy fuerte corriente narcisista de la libido a una catexia, un investimiento de la libido sobre sí misma, sobre el propio yo, y en otro, que uno es una persona tan vil como para poder perjudicar al mundo y ser dañina al universo, se necesita valorarse mucho, se necesita creerse una persona supremamente importante. Hay muchos, piensa el melancólico, que son tan poca cosa que no logran hacer daño ni aún con su vileza; en cambio él considera que su caso es un caso hondamente perjudicial para los hombres y por lo tanto mantiene las posiciones de su libido en el yo, sólo que invierte el efecto: lo que en un momento aprueba, en ese momento condena, pero en ambos momentos infla y exagera. Este personaje, dice Freud, (para reproducir- les el sistema muy simplificado) se ha identificado con uno de sus padres y esa identificación está cambiada por la mayor hostilidad contra uno de sus padres, que suele ser la madre, por lo demás, con la que se encuentra identificado. Y al identificarse con aquél y haber reprimido esa identificación, vuelve contra su propio yo la hostilidad que originariamente tenía y había reprimido contra el padre de que se trataba. Ustedes ya pueden ver que es una enfermedad que se produce por muy malas situaciones originarias familiares que obviamente deshacen al niño. Por ejemplo, una grave hostilidad contra la madre, muy frecuente, como reacción a situaciones de abandono repetidas que termina en una identificación. El suicidio es el acto por el cual simbólicamente liquida a aquél con el que está identificado. De manera que todas estas teorías sobre el suicidio que par ten de la base de ‘que el suicidio no representa nada simbólico, sino un acto de agresión directa contra sí mismo, olvidan lo principal del caso.
Los análisis del suicidio desde el ángulo socio lógico, han sido muy interesantes; por ejemplo, Balendier que también es un hombre de formación psicoanalítica, hizo una investigación sobre el suicidio de los negros, en las haciendas en el Brasil y encontró una constante muy interesante, para que profundicemos un poco en este tema, y es la siguiente: se encontraban casos frecuentes de suicidio en determinadas haciendas donde los patronos y los capataces eran muy buenos; mientras que donde no se encontraba ningún caso de suicidio, los capataces eran prácticamente sádicos. El análisis con investigación supremamente detenida sobre el terreno, condujo primero a ese resultado, y después, a otros maravillosamente complejos que desgraciadamente no puedo referir ahora. Pero ese primer resultado es el que me interesa: aquel que puede ubicar fuera de sí al objeto de su hostilidad no tiene por qué suicidarse. Puede intentar el asesinato, u otra cosa, como valorarse, que era lo más frecuente en esas haciendas del Brasil. Si al negro le aparecía el capataz con imagen de un padre terrible, una autoridad terrible que lo había reducido a una situación objetiva muy vecina a la esclavitud, y sin embargo al mismo tiempo aparecía como un ser protector y bondadoso contra el cual no puede poner a funcionar su enorme hostilidad, se identificaba con aquel objeto de sus viejos odios y los volvía contra sí mismo, de manera que si ese patrón era muy bueno el hombre se mataba y si el patrón era muy malo, se volaba. Preferible el patrón malo en ese caso. El suicidio es pues, otro tema que la reflexión psicoanalítica abrió para nosotros y tiene mucha importancia en criminología.
Voy a hacer la siguiente reflexión final: traté de mostrar anteriormente, que el psicoanálisis se opone al concepto de castigo, considerando ese concepto como un síntoma de una neurosis social, de una tendencia neurótica de la sociedad en su conjunto. Pero, naturalmente no es sólo el psicoanálisis el que se opone a la noción de castigo. Por ejemplo, todo determinista se opone a él por definición aunque sea un determinista organicista. Y muchas otras clases de positivistas, por simple lógica interna, se tienen que oponer a la noción de castigo y tienen que oponer la noción de la práctica criminal sobre una noción como la de peligrosidad social y la prevención de ello como defensa de la sociedad contra amenazas que pueden estudiarse objetivamente aunque no puedan culparse. Entonces, en ese caso tendríamos que desplazar todas nuestras preocupaciones al estudio de la grave culpa, al estudio de la grave peligrosidad. Caso difícil de realizar en la práctica por razones de diverso tipo. Primero, porque es una posición mucho más radical de lo que se cree. La peligrosidad considerada en sí misma es difícil de tomar como un objeto directo de la criminología por lo siguiente: Porque la peligrosidad en una persona es algo independiente de que haya cometido o no un delito. Si juzgamos la peligrosidad exclusivamente y no tenemos ninguna idea de venganza o de castigo, un señor que lanza un ladrillo desde la azotea de un edificio y no mata a nadie es igualmente peligroso al señor que sí mata a alguien, porque la peligrosidad de estas dos personas no depende de que por azar pasara o no pasara nadie por debajo, sino del acto que realizaron. Es igualmente peligroso, si habiendo podido prever que el automóvil no tenía frenos se le atraviesa un niño o no se le atraviesa. La peligrosidad es la misma.
La peligrosidad ya no permite pasar de la realización del delito a la determinación de culpa sino al análisis de la configuración de la estructura de la persona, al análisis más psiquiátrico que criminológico. Sin embargo, el concepto de peligrosidad es un concepto esencial y tal vez algún día ocupe el lugar importante que merece. Pero el problema que surge a este respecto, es que nos introduce en un tema que excede los límites de la temática propuesta en este primer trabajo, y sólo podemos indagar en que tipo de sociedad podría ser necesario ese concepto de peligrosidad social, porque en esta sociedad, en que no hay intereses comunes, es evidente que ese concepto no puede funcionar ni es requerido.

Por: Juan Fernando Pérez S.
FUENTE: http://criminologiausco.blogspot.com/2005/08/psicoanlisis-y-criminologa.html

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